(LuisCenturión/Perú21)
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La primera vez que escuché la palabra “pobretólogo”, me dio entre risa y vergüenza porque era el único con una sonrisa en la cara. La pobreza y sus diversas causas, consecuencias y clasificaciones habían sido –como era previsible en el país de ingresos bajos que éramos entonces– recontra estudiadas y recontra diagnosticadas. La teníamos recontra clara y cuando tuviéramos plata, ya sabríamos qué hacer. O eso pensábamos.

Lo cierto es que las estructuras que mantuvieron las desigualdades de todo tipo que explican la existencia de profundos y resistentes bolsones de pobreza se mantuvieron prácticamente intactas. Más allá de lo que permitió redistribuir los ingresos de los años de vacas gordas –“el chorreo”, como lo llamó Toledo–, se hizo muy poco para transformar los factores que determinan –hasta hoy– que para muchísimos peruanos sea tremendamente duro dejar la pobreza y que, para otro montón, volver a ella sea siempre una posibilidad inminente.

Esto último es lo que se llamó “la clase media vulnerable”, que quiere decir, más o menos, “si te enfermas y eso te impide trabajar, volverás a ser pobre”. ¿Perciben la crueldad de semejante ironía? Pues bien, eso es lo que ha pasado, eso es lo que explica que la pobreza en Lima haya subido de 20.7% a 21.7% el año pasado. Esos son, más o menos, 375 mil personas. Cabría preguntarse si no es pobre alguien que pierde la categoría por un resfrío o porque pierde su trabajo.

Porque, si una persona que cuenta con S/350 al mes para satisfacer sus necesidades básicas alimenticias y no alimenticias, no es pobre, pero una que solo dispone de S/338 para los mismos fines, ¿de qué cosa estamos hablando cuando decimos “pobreza”?

Los que en 1990 tenían más probabilidades de nacer y morir pobres hoy son menos, pero están en los mismos sitios. “El chorreo” es lo que sobra, son los pasteles de María Antonieta. Lo que chorrea nunca es suficiente.

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