periodismo (Getty Images)
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El periodista que cubre Perumin recoge las preocupaciones del sector empresarial minero sobre una ley que “afectará la inversión”. Luego, el periodista se comunica con algunos padres de la patria que están a favor y en contra del mencionado dispositivo legal. Más tarde y finalmente, el periodista intenta conversar con el ministro del sector y con alguna ONG independiente y con buen nombre. La idea es tener en la nota las opiniones de todos los involucrados. Por una cuestión de equilibrio y objetividad.

¿Qué falta ahí? Si el periodista leyó la norma a cabalidad y buscó enterarse de qué circunstancias la motivaron, quién votó a favor, quién en contra y por qué, se va a notar en lo que escriba. Si el periodista no está al tanto de nada de lo mencionado, su nota no dirá nada y será solo un compendio de declaraciones que, a la vista del lector, serán todas igualmente válidas. Poco o ningún valor agregado.

Cualquiera de los interesados podría declarar lo que se le antojara respecto a los efectos o impactos de la ley, aunque eso que diga no fuera del todo cierto o fuera por completo mentira. Y el periodista recogería esa declaración acríticamente y la colocaría al lado y daría el mismo peso que las opiniones de quienes están diciendo la verdad. No solo no hay valor agregado, sino que se está engañando a la opinión pública. En el mejor de los casos, no se lee porque no está diciendo nada.

La semana que pasó, un congresista se manifestó a favor de la posición de los empresarios mineros y su preocupación por la paralización de las inversiones en el sector y esto suponía estar en contra de la ley… que en 2009 él mismo defendió y por la que votó a favor. Felizmente, la periodista sí hizo su trabajo.

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