PPK
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PPK se ha puesto a sí mismo y con él a todo el país (sí, a todo, no solo a los que no nos gusta la porquería que ha hecho) en una posición incierta. Hasta que los fujimoristas no solucionen sus pleitos internos y definan una estrategia a seguir –si es que lo logran–, su destino es una incógnita.

Aún si, por un lado, Alberto logra unificar la BanKada bajo su mando y el de su lugarteniente Kenji, nada garantiza que las explicaciones que PPK aún no da sobre la naturaleza de la relación de sus empresas con Odebrecht, mientras él era ministro y después, sean suficientes para salvarlo de una nueva moción de censura. E incluso en ese escenario –probable– salvarlo sería costosísimo para el fujimorismo de miras a las elecciones de 2021 (o antes).

Hoy PPK es tóxico y, en términos políticos, se ha convertido en la piedrota a la que solo un suicida se amarraría antes de lanzarse al mar. Quizás si fuera aprista, otra sería la historia, pero hoy PPK es poco más que un Lelio Balarezo sin sentencia.

¿Le conviene al fujimorismo –al de Alberto o al de Keiko– convertirse en oficialismo? Depende de con quién: como vimos, PPK es un pasivo demasiado grande. ¿Y Vizcarra? ¿Muy independiente, demasiado ambicioso y con demasiadas pretensiones de altura moral?

¿Y Aráoz?

Si, por otro lado –menos probable, pienso–, la BanKada se quiebra definitivamente y Alberto y Kenji se convierten en otra minoría como PPK o APP, las puertas de la vacancia se abren de par en par. Sumen los votos con sangre en el ojo y la espada desenvainada por la traición.

También en este caso, sin embargo, el costo de convertirse en oficialismo es demasiado alto para el fujimorismo si quiere ser una alternativa en 2021. ¿Qué tiene que pasar para que Aráoz sea presidenta?