PPK y el papa Francisco en su primer encuentro en tierras peruanas. (Twitter/@ppkamigo)
PPK y el papa Francisco en su primer encuentro en tierras peruanas. (Twitter/@ppkamigo)

“Ser cristiano tiene que ver con una forma de ver y entender el mundo, pero sobre todo de vivir, de entender al prójimo, de abrazarlo, quererlo y tolerarlo por idiota, incómodo, pesado y tonto que sea. Ni siquiera importa si Cristo existió, el mensaje es lo valioso. Y, aún más importante, ser cristiano involucra no hacer a otro lo que no quieres que te hagan a ti”.

No robes, no mates, no mientas, no estafes, no acuses sin pruebas, pon la otra mejilla, perdona, tolera, sé humilde. “Mía es la venganza y la retribución”, dice el Señor (Deut. 32:35).

El Papa está en el Perú. Montones de gente, incluidos los políticos, han saludado su llegada y han invocado y pedido paz, comprensión, respeto, reflexión, entendimiento, tolerancia y reconciliación. Lindo, ¿no? Como si el Papa fuera un encomendero que les va a traer todo eso que no están dispuestos a ofrecer ellos mismos.

¿No sería más provechoso y consecuente actuar según los preceptos bajo los que vivió Cristo, el ser divino sobre el que se apoya toda la Iglesia que Francisco representa?

¿No sería mejor que PPK reciba, por fin, a las víctimas y deudos de las víctimas de Fujimori? ¿No sería recontra cristiano consolar a los desesperados? ¿No sería genial que los congresistas Becerril y Vilcatoma –por ejemplo– se propusieran dejar de levantar falsos testimonios a diario como dice el octavo mandamiento? ¿No sería maravilloso que Keiko practique la tolerancia y la humildad? ¿No sería fantástico que el congresista Tubino “alias el Chévere” ponga alguna vez la otra mejilla?

Si se portaran la mitad de bien de lo que pregonan con sus saludos a PapaPancho, el Perú sería otro país. Pero no es, pues, no es.