Susana Villarán
Susana Villarán

“No sabíamos. Estamos decepcionados”, dicen varios ante la noticia más jugosa de las últimas 24 horas: Odebrecht y OAS, las brasileñas mafiosas con licencia para aceitar, financiaron la campaña contra la revocatoria de Susana Villarán con US$3 millones.

¿Es esto diferente que el caso de Humala, Keiko o incluso PPK? No, es dinero para campaña. ¿Constituye un soborno? No necesariamente: si Villarán perdía, como perdió Keiko, ¿en qué se convierte ese aporte? ¿Es lavado de activos? Habría que demostrar el origen ilícito de los fondos.

Pero para el grueso de la opinión pública, esas diferencias son sutiles, falaces o no existen. La cosa es simple y en blanco o negro: -¿Te dio o no te dio plata Odebrecht? -Sí. -Ok, fuiste. Debo decir que hoy para mí también es igual de extremo.

En esa elección, Villarán vendió que era la alternativa limpia a Luis “Comunicore” Castañeda y Marco Tulio “volveré a ser consultor de 74 mil soles” Gutiérrez. Villarán estaba entre nosotros y la mafia, y un montón de gente le creyó.

Los grandes beneficiarios de la corrupción de Odebrecht son los líderes de esos que ahora señalan un pretendido doble rasero de los progres, porque así se ve. Odebrecht les metió plata a campañas, a funcionarios y a autoridades.

Pero también a la responsabilidad social empresarial, a las asociaciones culturales, hasta al periodismo de investigación. ¿Quién puede así tirar la primera piedra?

Pero ni así hay doble rasero: hay una diferencia infinita entre decepcionarse ante la corrupción de un candidato por querido que sea, y seguirlo hasta la cárcel negando sus delitos bien probados.

¿Ninguno dentro de la campaña del No se dio cuenta de que esta pasó de la existencia precaria a la opulencia de un día para otro? La estupidez no es disculpa.

Los traicionados no tienen que disculparse. Solo sobarse en el mismo sitio.