Cuando estalló la última crisis financiera, se dijo que la regulación había fallado. Sí, la codicia era mala; sí, la falta de escrúpulos y de comportamiento ético empeoró las cosas; pero la culpa era del regulador, o sea, del Estado. El argumento era y es: las compañías siempre utilizarán cualquier hueco en la legislación o herramienta a su alcance para maximizar sus utilidades, esa es su razón de ser, por encima de todo y todos está la ganancia por acción.