La concentración se prolongará hasta la explanada de la Costa Verde. (César Campos/Perú 21)
La concentración se prolongará hasta la explanada de la Costa Verde. (César Campos/Perú 21)

Jules Renard, arquetipo de agnóstico, escribió: “No sé si dios exista, pero sería mejor para su reputación que no existiera”. Yo estoy de acuerdo.

El sábado, el cardenal Juan Luis Cipriani, en su programa Diálogos de fe, dijo: “Si no estás de acuerdo con la vida, suprime la tuya”. Suprimir, según la RAE (hasta donde sé, el cardenal habla español, ¿cierto?), significa “hacer cesar, hacer desaparecer” u “omitir o pasar por alto”. O sea, si no estás de acuerdo con lo que yo creo, suicídate. Jesús –sí, el que entregó su vida para salvar las almas de esos mismos que lo mataban– debe estar orgullosísimo. Después de todo, no todos los días se le da una cachetada así de certera a los neomarxistas de la “hidiolojia de jenero”. Cuánto amor.

Amigos: no puede estar mal marchar por la vida, de ninguna manera. Lo que no está bien es esconder ladinamente un objetivo político debajo de las legítimas preocupaciones de montones de gente. Disfrazar la intolerancia de fe –que, aunque coincidan tanto, no son lo mismo– es ser mendaz.

La inmensa mayoría de las personas que marcharon el sábado piensan y creen, con toda legitimidad, que están defendiendo un derecho supremo. No me refiero a los cientos de mujeres que abortaron o que abortarán en clínicas limpias y seguras porque tienen los medios para pagarlos y salen a marchar; sino quienes, convencidos, de buena fe, sucede que no se pueden poner en la piel de niñas o mujeres violadas, condenadas a cargar con el peso de sus violadores o quizás a morir en el intento de escapar de él.

Buena fe, ignorancia y desconocimiento: mala combinación. Costosísima para muchos miles de mujeres que van a seguir abortando y muriendo en mesas mugrientas.

Ojalá no se arrepientan. “Mía es la venganza”, dice el Dios en el que creen.

Algunos lo llaman karma.