Con Marcelo en cancha, Real Madrid empató 2-2 frente a Bayern Munich y clasificó a su tercera final consecutiva en la Champions League. (REUTERS)
Con Marcelo en cancha, Real Madrid empató 2-2 frente a Bayern Munich y clasificó a su tercera final consecutiva en la Champions League. (REUTERS)

No soy un adicto al fútbol. Ni siquiera soy un aficionado. Simplemente no veo fútbol: tres décadas de derrotas internacionales y un campeonato local paupérrimo y lleno de corruptos atornillados en sus cargos mataron la pasión en mí. Pero me sé las reglas porque me las aprendí en 1982 antes de que empezara el último mundial al que sí fuimos (tenía 9 años). Entonces, tocar la pelota con la mano en el área era penal y creo que esa regla no ha cambiado.

Siempre he escuchado –de amigos periodistas especializados en el asunto– que los favoritismos existen, que algunos –cada vez más– árbitros se hacen de la vista gorda, que inclinan la cancha y que, la mayoría de las veces, todo eso se hace en beneficio del negocio del fútbol. Primero el negocio, segundo el espectáculo y, en un lejano tercer lugar, la justa competitiva.

La foto es evidente: el línea, el árbitro y el cuarto hombre tuvieron que haber visto la mano de Marcelo. Solo se les puso haber pasado si los tres dieron un largo parpadeo en el mismo instante. Todo el mundo la vio: los de la tele, los de la radio, los del estadio… pero ya no hubo nada que hacer.

Es muy interesante ver la reacción de algunos hinchas del Madrid. “Sí, fue mano, pero así es el fútbol”, dicen unos. Sí, así es, a veces puede ser muy injusto. “No, estás loco, no fue mano”, dicen algunos otros mientras ven la repetición desde 200 ángulos distintos que no dejan espacio alguno a la duda: ni de que fue mano, ni de que al menos dos de los tres árbitros que estaban cerca de la jugada la vieron.

Pero ya no hay nada que hacer. El Congreso le está cerrando la puerta a la competencia política y todos lo estamos viendo sin decir ni pío. Después no se quejen.