Papa Francisco en misa de la Base Aérea Las Palmas (Geraldo Caso/Perú21)
Papa Francisco en misa de la Base Aérea Las Palmas (Geraldo Caso/Perú21)

Estoy tremendamente sorprendido con la cantidad de gente de los medios (discúlpenme la redundancia) sorprendida –para bien y para mal– de la masividad de la acogida que tuvo el papa Francisco. En efecto, nada ni nadie en este país –ni siquiera el fútbol– tiene semejante poder de convocatoria, pero, ¿no lo sabían? Es como si hubieran olvidado en qué país viven.

Bien dice el mismo Papa que el Perú es uno de los países que más santos tienen en América Latina (2 autóctonos y 3 importados). Importante: el Papa no “vende” nada y no pide nada a cambio. Creerle es barato y se siente bien.

Esa sorpresa es síntoma de un hecho mucho más preocupante: hay demasiadas personas que pretenden dirigirse a las mayorías o que, incluso peor, pretenden dirigirlas, pero no saben nada de nada de ellas. Es decir, si no saben qué los mueve… ¿cómo pretenden convencerlos de algo como para que voten por ellos o los elijan?

Así, no sorprende que la ciudadanía responda mejor a los ofrecimientos que involucran conseguir ventajas de corto plazo. Si igual me van a robar, si igual me están engañando, si de todos modos el que se convierta en autoridad no habrá de cambiar sustancialmente mi vida, por lo menos me pondrá un camino, me pondrá agua en la casa, una trocha, una piscina, unas escaleras, un colegio (aunque se caiga). O, por último, pondrá mano dura para que no me maten en la puerta de mi casa por un celular. O si me matan, a ese que me robó lo fusilen o lo desaparezcan. Votaré para que solo me robe uno y no todos.

Necesitamos creer, todos, hasta los que no creemos. Y como no es una opción por el momento, nos contentamos con lo que hay: el menos caro.