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¿Es bueno que los congresistas se puedan cambiar de bancada cuando les plazca y por quítame estas pajas? No. ¿Qué le hace eso a la institucionalidad política de los partidos que se supone que existen más allá de sus miembros? Convierte los partidos en clubes de gente aglutinada, más que por una visión de país, por una visión de bolsillo. Su bolsillo.

En todas partes existen personas que se dedican a la política por interés netamente personal, para ver qué pueden sacar de ello, cómo se pueden beneficiar a sí mismos. En ese sentido, la política se convierte en un oficio parecido al de panadero o vendedor de salchichas de restos (porque no es carne) de caballo.

¿Qué quieres ser cuando seas grande? -Congresista y presidente. ¡Qué bien! ¿Y por qué? -Porque quiero poder y mucha plata.

Existen aún personas que entienden la actividad política como un servicio a sus pares y al Estado al que pertenecen. Pero diera la impresión de que cada vez son menos y, por eso, se nota tanto cuando alguien a quien le podría ir súper bien en el sector privado se mete a político.

Cuando Henry Pease jugaba con la idea de una ley antitransfuguismo, hace más de 20 años, el país era otro. Desde los criterios con los que la ciudadanía elegía a sus representantes hasta la forma en que estos se organizan y llegan a ser elegidos. Ya se vislumbraba la desarticulación, atomización y destino deleznable de los partidos políticos que Pease había conocido. De ahí la idea de la ley. La compra fujimorista de congresistas solo tangibilizó lo que se veía venir: el poder de aglutinamiento de las ideas ha decaído a tal punto que el partido más fuerte del Perú (al menos en los números) no tiene ideario ni doctrina ni, por último, diagnóstico.