Críticos a Susana Villarán llegaron a la sede judicial. (Geraldo Caso/Perú21)
Críticos a Susana Villarán llegaron a la sede judicial. (Geraldo Caso/Perú21)

Susana Villarán y los US$3 millones que habría recibido de Odebrecht y OAS para la campaña por el No a la revocatoria es el último golpe –y el más contundente– que ha recibido la izquierda peruana desde que Ollanta Humala y su esposa, Nadine Heredia, fueran detenidos.

-¿Que Ollanta no era de izquierda y se vendió a los poderes fácticos de siempre traicionando todo su discurso? Ya, ¿y cuánta gente sabe eso? ¿Y a cuánta le interesa? No olvidemos que un mes antes de las elecciones –antes de que echaran a Guzmán– el Frente Amplio tenía menos de 3% de intención de voto.

-¿Que las izquierdas son varias y que Susana solo representa a una partecita? No importa si es Goyo, Arana, Tejada, Lerner, Yehude, Verónika, Humala, Indira, Susana o Sigrid: partida en mil, todas las izquierdas repiten más o menos el mismo discurso moralista y reivindicador de clase. Es como el Sublime o Pura Vida: independientemente de la presentación, en platina o en papel, en tetra pak o en lata, ninguno es lo que dice ser en la etiqueta.

Para una parte importante de la opinión pública, si Odebrecht te dio plata, te jodiste y no interesa si fue para tomarle fotos a la carretera para hacer un libro; para comprar plumas, opiniones y líneas editoriales con consultorías como soborno, o con millones para ganar licitaciones. Igualito.

¿Por qué parece que a la izquierda le va peor que a los que sí han gobernado? Porque su pretendida altura moral, desde donde señalaba con su dedito las fallas de todos, la convirtió en un blanco fácil. Además, a la izquierda le es muy fácil hacer enemigos: ni entre ellos se quieren. Apenas descubrieron que la izquierda hizo exactamente eso que les critica a todos los demás, se convirtió en paté. Sóbense. Y aprendan.