Proyecto se presentó el jueves.(Mario Zapata)
Proyecto se presentó el jueves.(Mario Zapata)

La primera vez que escuché la frase “otorongo no come otorongo” fue a mediados de la década de 2000, durante el gobierno de Alejandro Toledo, y desde entonces nunca más la dejé de escuchar. O leer. Aparentemente, el entonces congresista toledista Jorge Mufarech ayudó a peruanizar la idea, pues –como dijo Marcelo Odebrecht respecto a la corrupción– aquí la mala costumbre ya existía, solo que no se llamaba igual.

La frase se refiere a un hecho puntual: no interesa cuán mal se comporte un congresista siempre que el castigo dependa de sus colegas y que estos sean suficientes en número para blindarlo de la justicia. Si es así, no habrá consecuencias ni castigo porque congresista no come congresista. En México se dice “perro no come perro” y en Chile algo con bomberos y mangueras porque sí, la componenda nos hermana más que la lengua del europeo que reclamó estas tierras como suyas. (Ver Lula).

El dicho se hizo tan popular y aceptado que este diario lanzó en 2006 el suplemento humorístico El Otorongo, que acaba de cumplir 12 años y, como van las cosas, podría sobrevivir a la raza humana pues solo sobrevivirán los blatodeos y nuestros otorongos son, pues, del mismo orden.

Entre 2004 y 2005, año preelectoral, fueron tres los escándalos (protagonizados por Jorge Mufarech, Alfredo González y Leoncio Torres Ccalla) que nos hicieron decir que, hasta entonces, “jamás” habíamos tenido un Congreso tan venido a menos, tan degradado, que ese Congreso era el peor de la historia. Qué cándidos.

Este Congreso tiene a tres condenados por delitos cometidos antes de ser elegidos y nadie les levanta la inmunidad para que cumplan su condena (dos de FP y uno del FA). Una cantidad sin precedentes de congresistas mintieron en su hoja de vida y, en la mayoría de los casos, no pasa nada. Hay que replantearnos el voto. O el Congreso.

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