Agentes de la policía francesa llevan a cabo una operación antiterrorista en el barrio de Neudorf, en Estrasburgo. (Foto: EFE)
Agentes de la policía francesa llevan a cabo una operación antiterrorista en el barrio de Neudorf, en Estrasburgo. (Foto: EFE)

Que se celebrara la final de la Copa de América en Europa era raro. Pero fue un éxito de fútbol y espectáculo.

Que los museos más importantes de París cerraran sus puertas el sábado para defenderse de las hordas de ‘chalecos amarillos’ era una desgracia para el turista y una señal de que la Ciudad Luz iba a transformarse en campo de batalla, como sucedió.

Que los peruanos tuvieran que contestar a varias preguntas en un referéndum era algo bastante inusual. Claro que, devota hija de mi padre, Enrique Chirinos Soto, no soy fanática de ellos: prefiero las elecciones universales y democráticas, antes que tener que contestar a preguntas que, en puridad, deberían ser los partidos, con sus programas, los que las planteen y, en su caso –con su gobierno–, respondan.

Que los “Comités de Defensa de la República”, bajo ese ridículo y trasnochado “nomen” se dedicaran el domingo en Cataluña –territorio sin ley– a coaccionar a la población ante la impasividad de sus gobernantes era, más que extraño, indignante. Pareció quedar todo allí: en el arrepentimiento del presidente catalán, que se fue a buscar refugio o flagelo en un monasterio; o en el discurso de Macron, que pretende recuperar popularidad a fuerza de ceder terreno; o en el regocijo de los triunfadores, sea del fútbol o del referéndum.

Parecía que volvíamos a la rutina prenavideña, después de tanta noticia ‘rara’. No imaginábamos que lo terrible estaba por llegar. Otro atentado terrorista al grito de ‘Alá es grande’ sembró muerte y espanto en una ciudad emblemática para la Unión Europea: Estrasburgo, sede oficial de su Parlamento. Contra la barbarie, solo nos queda el arma de la civilización. Conviene que gobiernos y sociedad civil recuperemos el significado de la expresión y hagamos uso de ella.