Con frecuencia suceden erupciones de uso político de una palabra una y otra vez: marcharla y rumiarla hasta que –imagino– sus usuarios se cansan o reciben la consigna de repetir otra fórmula. En estos días, voces de todas las tiendas han acordado, no sé si de modo tácito, alzarse y decir que la prensa está embarcada en una empresa por satanizar al Congreso. Que la prensa lo único que busca es desprestigiar a esta institución que tanto hace por el país.

A ver: para desprestigiar a una institución o a una persona a través de una campaña, la víctima tiene primero que contar con un prestigio que se ataca. O sea: para que te roben algo, primero tienes que tenerlo. Y este primer escalón lógico parece haber sido ágilmente saltado por quienes acusan a los medios de comunicación de haber urdido este macabro plan: el Congreso no tiene prestigio. Claro, siempre hay más abismo al cual caer si hay disciplina para patinar.

El otro asunto que a los periodistas se nos encaja es una voluntad por satanizar al Congreso. Se ha dicho desde casi todas las bancadas y con la misma convicción: asumiendo que los señores congresistas estén usando el término ‘satanizar’ como un coloquialismo y no que piensen que estamos todos reunidos en una casita echando sapos, bichos y serpientes a una olla mientras lanzamos conjuros. Asumo lo primero, pero no descarto lo segundo. Uno nunca sabe…

Muy bien entonces, en este escenario se estaría tratando de que los peruanos perciban al Congreso bajo un prisma que dañe la investidura de la propia institución. El detalle es que la razón que los coristas temerosos de Belcebú olvidan es que lo único que la prensa hace es informar sobre lo que los propios congresistas hacen. Basta con transmitir las sesiones del Pleno para que los ciudadanos que se atrevan a seguirlas sean testigos de un espectáculo.

Exorcícense, entonces, quienes le quieren chantar a las cámaras la responsabilidad de lo que estas filman. Para que los ciudadanos no los quieran, hay una serie de cosas que alguien que los quisiese destruir podría hacer: contratar a terroristas, haberse graduado en un colegio imaginario y cobrar sueldo, comprar televisores antes del Mundial, gastar decenas de miles de soles en flores cuando se pregonan tiempos de austeridad espartana, por ejemplo.

Los congresistas se quejan de que quieren hacerle daño al Congreso. Que quede claro: daño se hacen teniendo sentada feliz de la vida a una mujer que inventó toda una carrera y otra que contrató a un alto mando emerretista y pagándoles con los impuestos (que nos quieren subir). 

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