(César Campos/Perú21)
(César Campos/Perú21)

Sin duda alguna, el debate de ayer fue ampliamente superior al anterior. Los candidatos controlaron mucho mejor sus tiempos y aprovecharon para dar propuestas claras y ser comunicativos, salvo excepciones. Pese a todo ello, hay algo que me preocupó mucho y eso fue la ronda de preguntas.

No solo me preocupó por lo irrisorias que fueron varias de las preguntas que hicieron los candidatos, sino que se notaba a leguas que los expositores no conocían los planes ni las propuestas de sus contrincantes. Es, decir, ni siquiera ellos se han dado el tiempo de estudiar, cuando menos, los planes de gobiernos de los demás candidatos.

Y claro, cuando hay decenas de planes de gobiernos, leer las propuestas no es cosa sencilla. ¿Quién se va a dar el trabajo, pues, de leer tanto? Si están enfocados en hacer campañas y en preparar sus propias propuestas, es obvio que no van a estar estudiando lo que los demás tienen planeado para Lima.

Sin embargo, esto, para mí, deviene en una pregunta clave: si ni siquiera los candidatos han estudiado a profundidad las propuestas de sus contrincantes, ¿cómo estaremos los ciudadanos?

Así como los candidatos no tienen tiempo, los ciudadanos comunes y corrientes tampoco tienen tiempo para dedicarse a leer 20 planes de gobierno. Tienen que estudiar, trabajar, solucionar problemas de sus propias vidas.

Entonces, de todas las personas que, obligadas, van a acudir a las urnas para no pagar su multa, ¿habrá siquiera uno que realmente esté tomando una decisión informada? ¿Alguien ha comparado realmente propuestas entre todas las opciones que hay? ¿O todos respondemos, más bien, a la propaganda, a lo que van regando por ahí los medios, a lo que dicen nuestros amigos?

Más aún, el debate nos puede mostrar algunas cosas de los candidatos, pero nos revela más qué tan buen orador es una persona, bajo las reglas que fueron establecidas, que su capacidad de gestión y su muñeca política. ¿Podemos realmente sacar del debate algo más que quién debate mejor?

Para mí toda esta situación nos dice solo algo que quizás todos sabemos: que eso del voto informado no existe. Que al final nadie sabe, realmente, por quién vota.