Martín Vizcarra y Keiko Fujimori en 2017, cuando él era primer viceministro. (USI)
Martín Vizcarra y Keiko Fujimori en 2017, cuando él era primer viceministro. (USI)

Vizcarra se equivocó al no informar sobre las reuniones que tuvo con KF. No solo por ocultar información importante al país, sino por confiar en alguien que no dudó en traicionar a su propio hermano meses atrás. Tarde o temprano, la daga iba a ser clavada por la espalda. Era un baloncito de oxígeno que la lideresa del fujimorismo tenía guardado para situaciones de urgencia como esta. Era evidente que no iba a tener ningún reparo en dejar expuesto a Vizcarra para distraer la atención de la crisis que ella misma se ha generado. La mejor defensa es el ataque y ella lo sabe.

Resulta, además, poco sensato no haber hecho públicas esas reuniones en su momento. Las conversaciones entre políticos son parte del ejercicio del poder y, bien comunicadas a la población, pueden contribuir a afianzar el liderazgo. No creo que todas las conversaciones deban ser ventiladas, pero una reunión a escondidas y negada, que luego es descubierta, siempre será percibida como algo oscuro. Ahora la caja de Pandora ya fue abierta y las consecuencias de la bronca Vizcarra/KF son difíciles de prever.

Para suerte de Vizcarra, KF es muy mala comunicando y sus apariciones de estos dos últimos días no la han dejado en una situación muy cómoda. Insiste en mostrarse como escudera del endeble fiscal de la Nación que se supone la debe investigar y en contra de las reformas que la gente pide a gritos. Además, pone trabas a un proceso de negociación que el Congreso de todas maneras va a tener para aprobar lo del referéndum.

Entre el mismo keikismo debe haber caído mal que se haya hecho pública su incapacidad de doblegar a Vizcarra con la ley Mulder, la política de octógonos en alimentos procesados y la permanencia de la ministra de Salud. Así, aunque Vizcarra sale rasguñado, la más dañada en este nuevo episodio parece ser KF.