Los periodistas tenemos un problema que ha superado eso que llamamos el boom de redes sociales, la transición digital, la amenaza del fin de los periódicos y otras perlas propias del oficio: padecemos un ego colosal. Y aunque lo negamos, con una gran sonrisa, vamos por el mundo, y ahora por Twitter y Facebook perpetrando papelones de diverso calibre como dueños de la verdad. En cualquier ocasión somos buenos para pontificar, sentenciar, ajusticiar y participar del linchamiento virtual, tan de moda, tan de estos tiempos, salvo que esté involucrado un amigo, una amiga, un cliente.