Los ciudadanos de Andahuaylas intentaron linchar a Michael Oscco Quispe. (Foto: Cusco en Portada)
Los ciudadanos de Andahuaylas intentaron linchar a Michael Oscco Quispe. (Foto: Cusco en Portada)

Lope de Vega cuenta en su Fuenteovejuna cómo una tarde de abril de 1476 el pueblo de esa comarca mató a pedradas al comendador mayor de Calatrava. Razones de sobra por humillar, violar y asesinar. Isabel de Castilla ordena investigaciones, pero no se llega a identificar a los culpables. Todos responden que Fuenteovejuna lo hizo. Más de 500 años después, en Huancayo, Cecilia García inicia en redes su campaña Chapa tu choro, de pura impotencia porque la Policía libera a los ladrones que el pueblo captura. Entonces aparecen banderolas advirtiendo: Ratero, si te atrapamos, no te llevaremos a la comisaría, te vamos a matar.

No es teatro ni bravuconada ocasional. Se ha repetido en todo este tiempo. Esta semana, 14 policías quedaron heridos por evitar que el pueblo de Andahuaylas linchara a Michael Oscco Quispe, monstruo violador y asesino confeso de dos niñas. Diez años atrás se tomaba la última fotografía del mayor PNP Felipe Bazán, ensangrentado, rehén de los pobladores por intentar desbloquear la Curva del Diablo en Bagua. Morirían 22 policías más. También hubo víctimas civiles. Sin duda hay razones que explican la desesperación del pueblo y la justicia de su causa. Cada caso se aprecia como una rebelión heroica contra la opresión y el atropello o, simplemente, contra la desidia. Casi son un canto a la libertad.

Sin embargo, todos esos casos en cadena muestran cómo se dinamitan las bases de la vida en sociedad. Emerge una impunidad por anonimato que la masa protege. El justo reclamo ya no se sustenta en una demanda, sino en el bloqueo de carreteras. La sentencia ya no la dicta la autoridad como consecuencia de un proceso, sino como resultado de una negociación a la que es sometida con chantaje. Un estudio de la USAID sobre crimen, corrupción y justicia popular explica que, en el Perú, al 30% le parece normal el desprecio a la autoridad y a las leyes. Y creciendo.

Lo que decide la historia de los pueblos, según Fernand Braudel, no son los acontecimientos de la corta duración ni las coyunturas de la mediana duración, sino procesos estructurales que superan la vida de una generación. En esa larga duración, por ejemplo, el automóvil, el uso doméstico de la electricidad y el fútbol explican el siglo XX más que las dos guerras mundiales o el comunismo. Nuestro siglo empieza a ser explicado por ese lento deterioro de la sociedad, camino a una barbarie. A esa desgracia llegará la generación siguiente si no la corregimos aquí y ahora. Convicción y esperanza, no es mucho pedir, ¿verdad?