(Foto: Fernando Sangama/GEC)
(Foto: Fernando Sangama/GEC)

Sean Connery fue el 007 más elegante. Hizo con glamour el trabajo de espiar, traicionar, robar, sabotear y matar. Tomaba martini seco, peleaba de esmoquin sin despeinarse y –eran otros tiempos– lo acompañaban mujeres bellísimas. También dio vida a otros personajes. En 1999, en el Kennedy Center en New York, la élite de las artes y de la política le hizo un tributo en vida. El discurso de Alasdair Fraser solo tuvo tres frases. Eres un hombre que llegó muy lejos, pero que nunca olvidaste de dónde viniste. Te vamos a ofrecer un himno que expresa el alma profunda de Escocia. Y empezaron melodías de gaitas y danzas de pueblo. La capital del mundo globalizado se rendía a un hombre universal porque seguía siendo muy local.

Los peruanos tenemos algo de eso. Adonde vamos llevamos el cebiche, el lomo saltado, la Inca Kola, la marinera, el “Cóndor pasa”, el Señor de los Milagros, Alianza o la ‘U’ y “Contigo, Perú”. Las raíces mantienen la esperanza de un retorno triunfal. Pedro Suárez-Vértiz lo canta: cuando pienses en volver, aquí están tus amigos, tu lugar, tu mujer y te abrazarán. Dirán que el tiempo no pasó y te amarán con todo el corazón. Gian Marco Zignago también lo canta: tengo marcado en el pecho todos los días que el tiempo no me dejó estar aquí. Susúrrame en tu silencio cuando me veas llegar. Hoy voy a verte de nuevo, voy a alegrar tu tristeza, vamos a hacer una fiesta pa' que este amor crezca más. Se extraña con orgullo.

Pero algo falla. El himno nacional se canta con más pasión en la previa de un partido de fútbol que en un homenaje a Grau. Celebramos que la Corte de La Haya nos reconoció soberanía sobre miles de kilómetros cuadrados de mar, pero lo seguimos contaminando con basura y desagüe. La corrupción roba los impuestos que pagamos con esfuerzo, pero no brota indignación por el crimen, sino la morbosidad de ver preso al político de turno. La economía privada y pública deben reconstruirse, pero, en lugar de exigir a los candidatos planes y programas, nos gana lo farandulero de ver quién se alía con quién y qué pecados les podemos ventilar.

El orgullo por nuestras raíces se desvanece cuando se trata de organizarnos en sociedad. Esto de dejar a nuestros hijos un mejor país empieza a ser una promesa incumplida. El problema no está en la oferta tan pobre que nuestro sistema produce, sino en la demanda. Por ley de mercado, la oferta mejora cuando la demanda es exigente. Empecemos a exigir en estas elecciones. Menos sentimiento, más pensamiento. Pero también trabajemos: ¿dónde hay que poner el hombro?