Espectros del pasado: La ilusión de los partidos tradicionales

Fecha de publicación: 20/02/2025 – 7:18

Desde hace varios años, casi desde las semanas y meses posteriores a la elección de Pedro Pablo Kuczynski como presidente en 2016, la élite de opinión peruana se ha lamentado de la situación de la «oferta» de partidos políticos en el país. Con el auge de partidos políticos de dudosa institucionalidad, como Alianza por el Progreso de César Acuña o Podemos Perú de José Luna, se ha repetido una y otra vez la añoranza por un sistema partidario diferente, más «tradicional».

Normalmente, esta nostalgia hace referencia al ecosistema partidario de los 80, cuando las principales fuerzas políticas del país eran Acción Popular, el Partido Aprista Peruano, el Partido Popular Cristiano e Izquierda Unida. Son estas agrupaciones las que tienden a recibir los laureles de ser «los partidos tradicionales».

En algunas ocasiones, esta nostalgia ha tenido incluso ramificaciones políticas. Pensemos en el renacimiento de Acción Popular tras las elecciones municipales y regionales del 2018, cuando el partido fundado por Belaúnde Terry logró no solo la alcaldía de Lima, sino también 3 gobiernos regionales, o su éxito electoral tras la disolución del Congreso en septiembre del 2019, logrando 25 escaños en 2020. Sin embargo, solo Acción Popular parece disfrutar de los réditos de la nostalgia. Izquierda Unida lleva muerta 30 años, mientras que el PPC no logra representación parlamentaria desde 2011, y el APRA desde 2016.

Sin embargo, ¿podemos realmente asignarle la etiqueta de «tradicionales» a estas agrupaciones? Contrario a la creencia popular, me parece que hacerlo es pecar de cierto cortoplacismo histórico. Puede ser que dichas agrupaciones sean de las más antiguas del país. No olvidemos que el año pasado, los apristas celebraron su centenario de fundación partidaria, o que Bedoya Reyes se separó de la Democracia Cristiana para fundar el PPC en 1966. Pese a esto, asociar la antigüedad con la institucionalidad me parece errado.

Por un lado, el aprismo ha experimentado un sinfín de transformaciones ideológicas desde su fundación por Haya de la Torre, haciéndolo ideológicamente irreconocible si se le compara con el ethos de sus primeros años. Acción Popular, históricamente, solo ha visto el éxito electoral de masas con la figura de Belaúnde Terry a su cabeza, tanto en 1963 como en 1980. Las fortunas electorales del PPC, como bien se sabe, siempre han sido exclusivas de la capital, e Izquierda Unida, como ya mencioné, lleva 30 años en la tumba. Se ve a los 80 como el máximo representante de esta supuesta edad de oro de los partidos, una década caótica, atascada en la memoria histórica entre la dictadura de Morales Bermúdez y la década en el poder de Fujimori.

¿Qué nos deja este ejercicio en la espectrología?

Una conclusión que descansa en el corazón de lo que supone la espectrología misma, concepto creado por Jacques Derrida y desarrollado por Mark Fisher: esta nostalgia, este espejismo por el pasado político caracterizado por el «partido tradicional» es justamente eso y nada más, un exponente de la más pura nostalgia, el logotipo de estos partidos suponiendo todos y cada uno el «qué pudo haber sido» de sus respectivos correligionarios y seguidores ideológicos. Lejos de ser un llamado para regresar a esta supuesta época dorada de «políticos profesionales» y «agrupaciones institucionales», la añoranza por el partido tradicional ochentero es puramente aquel deseo frustrado de lo que pudo haber sido nuestra república, hoy reducida a poco más que una cleptocracia que, como sus puentes, se cae literalmente a pedazos.
 

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