(El Comercio)
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Luis Bedoya Reyes, quien falleció hace unos días, perteneció a una generación de líderes políticos que ya parecen ser parte de una especie en extinción, al menos en el Perú. Hablamos de un personaje con la solidez y la preparación para argumentar con solvencia en favor de ideas y doctrinas a las que adscribe y proyecta como sustento de sus propuestas para llevar al país camino al progreso.

Es decir, políticos íntegros y consecuentes, sin que los poderes de turno o cualquier tipo de intereses particulares altere su fidelidad a los principios y alternativas que postulan sus partidos. Ello, desde luego, muy aparte del profesionalismo y la honestidad imprescindibles para el desempeño del cargo público, como Bedoya en su momento demostraría.

A los más jóvenes les sonará como si estuviéramos describiendo a un extraterrestre. Pero sí, en efecto, como él, la arena política peruana tuvo alguna vez en su seno a contendientes –de extremo a extremo– de la altura de Víctor Raúl Haya de la Torre, Fernando Belaúnde Terry, Valentín Paniagua, Alfonso Barrantes Lingán, Manuel Seoane, Roberto Ramírez del Villar, Héctor Cornejo Chávez, por mencionar solo a un puñado, entre las tendencias políticas de esos años.

Tribunos de altura, estupendos polemistas, apasionados… en una palabra, líderes auténticos, comprometidos con sus ideales. Unos más queridos o respetados que otros, seguramente. Alguno que otro error de cálculo coyuntural en sus hojas de servicio, quizás. Pero eso sí: nada, absolutamente nada que ver con la especie que, como una selección natural perversa, le ha sucedido en la política peruana, donde campean hoy los intereses mezquinos, la complicidad con la corrupción, la pobreza intelectual, el oportunismo partidario, el caudillismo a golpe de chequera o los liderazgos extremistas tejidos a través de redes de noticias falsas, insultos y calumnias.

Con la pérdida del Tucán, como popularmente se conocía al fundador del Partido Popular Cristiano (PPC), casi que se cierra un ciclo generacional en la política peruana. Porque, más allá de preferencias personales e ideologías, hemos perdido un ícono, una referencia, un demócrata que amaba a su país y que se mantuvo fiel a sus ideas hasta el último momento. Se le va a extrañar.


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