Mandatario español, Pedro Sánchez, y el líder político Pablo Iglesias. (Foto: EFE)
Mandatario español, Pedro Sánchez, y el líder político Pablo Iglesias. (Foto: EFE)

A pesar de que el resultado de las elecciones parecía haber dejado claro quién gobernaría en España, lo cierto es que la ingobernabilidad se cierne sobre ella. Esta es la situación: el Partido Socialista ganó las elecciones generales, pero solo obtuvo 120 diputados, muy lejos de los 175 que se requieren para la mayoría absoluta, e insuficiente si el voto restante está dividido en muchos partidos.

Con este panorama, la cuestión es cómo o con quién gobernará Sánchez. Según él, sus únicos socios naturales son los de (o “las de”, para evitar errores de concordancia) Unidas Podemos, el grupo de Pablo Iglesias.

Aunque para gobernar con estos socios, las derechas tendrían que abstenerse, pero han dicho que votarán por el No; el mismo No que acaba de anunciar Podemos. El Sí se daría si entran en el Gobierno, a lo que se niega Sánchez, y con razón, pues ¿cómo va a gobernar con un partido que defiende la independencia catalana, que tacha a los políticos presos catalanes de “presos políticos” y, sobre todo, que no tiene ni idea de contención presupuestaria? Sería un imposible categórico.

Aun si se diera el “sí de las niñas”, es decir, de Podemos, su voto seguiría siendo insuficiente para gobernar, porque tampoco suman. Entonces, ¿qué?
El origen de este embrollo es el artículo 99 de la Constitución, que responde al modelo in mente que tenían los constituyentes: el del bipartidismo. Según mi padre, el mejor. El bipartidismo hace fácil alcanzar las mayorías. Y lógica, la abstención del perdedor.

Con un Congreso sin mayorías definidas como el de ahora, es imposible formar gobierno, si los políticos persisten en anteponer sus estrategias al interés del país. Añoranza, pues, por volver a los tiempos de ese bipartidismo, no tan remoto, presagio de una alternancia civilizada en el poder.

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