"El nivel de confianza entre las personas y su sentimiento de estar todos en el mismo carro en medio de los tumbos y peligros (...) determina el estado de ánimo", dice el columnista.
"El nivel de confianza entre las personas y su sentimiento de estar todos en el mismo carro en medio de los tumbos y peligros (...) determina el estado de ánimo", dice el columnista.

Como cada año, se lleva a cabo en casi todos los países del mundo un estudio sobre el nivel de felicidad de sus habitantes. Uno pensaría que hacer la pregunta —¿qué tan feliz se siente usted?— que supone esa medición en 2020 es una broma de mal gusto.

Y, sin embargo, el nivel promedio se ha incrementado ligeramente. Hay variaciones regionales muy importantes —los latinoamericanos quedamos muy mal parados— y, una vez más, se comprueba que el nivel de confianza entre las personas y su sentimiento de estar todos en el mismo carro en medio de los tumbos y peligros, así como la credibilidad de los conductores, determina el estado de ánimo individual y colectivo.

Pero hay algo que ha cambiado de manera muy marcada: la relación entre nivel de felicidad y edad. Siempre ha tenido la forma de U. La adultez joven en la cima, bajando la satisfacción a medida que se aproximan los 40 y luego, una subida progresiva después de los 50.

Ya no. Es una pendiente en la que los que eran felizmente conscientes de sus horizontes abiertos, de su fuerza vital, de su ingreso optimista en el escenario de la vida, están en el fondo de un malestar viscoso.

Los escucho y los entiendo. Como me dijo uno con una ironía pesada y triste: “Es como ser parte de la selección, estar en el bus que te lleva al estadio, mirar por la ventana a los hinchas y estar dispuesto a darlo todo, sabiendo que puedes, que estás preparado. Y que justo al llegar, antes de bajar, te dicen que ya no, que no hay partido, que no se sabe cuándo lo habrá y que te regresan a casa donde puedes pelotear contra la pared”. ¡Duro!