supuestamente somos libres, vale decir, gozamos de libre albedrío. Bueno, estamos en una situación en la que ese sentimiento de libertad y control ha perdido bastante fuerza. Desde hace varios meses vivimos sujetos a una serie de limitaciones antes inimaginables. Claro, tenemos hartos modelos de mascarillas para escoger.
Independientemente de las difíciles circunstancias por las que atravesamos, hasta en las épocas más tranquilas y llenas de opciones, el ser humano es menos libre de lo que cree. Nuestras conductas y desempeños no dependen de lo que deseamos o nos proponemos. En realidad, casi la mitad de las cosas que hacemos corresponden a hábitos, en otras palabras, piloto automático.
El propósito de cambiar abunda, pero el cambio es escaso. Debe ser por eso que buena parte de los libros de autoayuda, la prédica de gurús y los esfuerzos terapéuticos, están dedicados al arte y la ciencia de comportarnos, no de manera habitual. Ser puntuales cuando nos cuesta llegar a la hora, o controlar nuestras reacciones cuando somos fosforitos o más cautelosos cuando nos encanta tomar riesgos. O al revés.
Quizá entender que los patrones de conducta, aun cuando son contraproducentes, ofrecen recompensas y permiten desenvolvernos en determinados contextos, que no son producto de un defecto o decisión malintencionada, es un buen comienzo. Y que cambiarlos no es un asunto de fuerza de voluntad, por lo menos no solamente de motivación.
Comprender los contextos en los que se disparan nuestros hábitos y cambiar el menú de lo que podemos obtener de ellos, así como dejar de lado los grandes objetivos para concentrarnos en pequeños pasos, es lo que necesitamos para cambiar.