(Getty Images)
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¿Qué importa más, lo que las palabras significan o las acciones que suscitan? Los mismos términos pueden provocar una respuesta —son pregunta—, sometimiento —son orden— o nada porque son traslado de información. Sugerencia, exigencia y ruego se disfrazan con las mismas palabras, pero las mentes las desentrañan de acuerdo con gestos, movimientos, tonos de voz y el contexto.

Nuestros discursos cotidianos pueden o no ser apropiados, más allá de que su significado sea claro. Puedo decirle a mi hijo que se bañe, pero hacerlo en su cumpleaños frente a sus amigos es ir más allá de mis facultades.

Esta época es confusa en cuanto al lenguaje y los actos que suscita. En las relaciones entre hombres y mujeres, adultos y menores, gobernantes y gobernados, profesores y alumnos, médicos y pacientes, lo anterior es patente.

Invitaciones, requerimientos, ofrecimientos, asentimientos, negativas, sugerencias, apodos, bromas, metáforas, ironía, están envueltos en discusiones turbulentas y permanentes cuestiones de orden que entorpecen la comunicación en nombre de un mundo sin abuso ni injusticia.

No olvidemos que el lenguaje sirve para comunicar. Es posible que un término sea prejuicioso e irrespetuoso, pero que todos lo entiendan en un determinado contexto, sin compartir ninguna de las dos cosas con respecto de a quienes se refiere. También es posible que en el futuro, porque haya cambios en las actitudes de las personas y la cultura, ese término ya no comunique nada. El lenguaje, salvo en un mundo totalitario, es un organismo vivo que no responde a decretos.

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