Los niños pasan buena parte de su tiempo asombrándose, tratando de dar sentido y explicar, aquello que los sorprende, señala el columnista. (Foto: Universidad de Plymouth)
Los niños pasan buena parte de su tiempo asombrándose, tratando de dar sentido y explicar, aquello que los sorprende, señala el columnista. (Foto: Universidad de Plymouth)

“¿Mamá, por qué después de un día viene otro?”, una pregunta propia de la inocencia que atribuimos a los niños. Preguntones insaciables, curiosos sin descanso a partir de los 3 años pueden descolocar a cualquiera y, desprovistos de las reglas de etiqueta e hipocresía social, sonrojar a muchos.

Volviendo a la interrogante que abre este texto: ¿Jaimito está hablando del tiempo, de la duración, de los conjuntos infinitos, del aburrimiento existencial; o, ¿simplemente jugando con palabras sin ninguna intencionalidad conceptual?

Dejemos abierta la pregunta, pero de lo que no hay duda, es que los niños pasan buena parte de su tiempo asombrándose, tratando de dar sentido y explicar, aquello que los sorprende. Esos porqués que invaden los diálogos entre los de 4 años y quienes los rodean pueden tener como objeto el color de las flores, la ausencia de lenguaje en los animales, la muerte, Dios, la violencia, las relaciones familiares, casi cualquier cosa.

Y aunque no todos, sí no pocos pasan algún tiempo en la noche, antes de dormir absortos, eventualmente angustiados con temas que son los que trabajan durante años los filósofos. El resto de los adultos quizá tomamos muchas de esas cuestiones como temas de especialistas o reaccionamos a las interrogantes con ternura, pero sin tomarlos en serio.

Una pena, porque cuando abrimos campo al diálogo o a la conversación grupal, vamos a descubrir que los niños no son adultos imperfectos, que tienen teorías, que desarrollan argumentos y que atenderlos, promoverlos y escucharlos. Y que, además, desde el principio, aunque no aprendan filosofía, hacen filosofía.

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