Segunda vez en una semana. Se vuelve cada vez más frecuente. Ansiedad por del futuro, sobre todo esta pregunta: ¿podré darles a mis hijos lo que recibo de mis padres? Sí, es una interrogante que atañe a una minoría que tiene claro que ha obtenido mucho más que el resto. Pero, sobre todo, es lo que quita el sueño a mis interlocutores, espacios de formación y aprendizaje en la niñez, la adolescencia y la adultez temprana que los ponen en inmejorable posición para… ¿Para qué?, les pregunto.

Bueno, si estudio en tal colegio y cual universidad, si me exijo y cumplo, si pospongo placeres y hago sacrificios, si recurro a intercambios en el extranjero, terapias, talleres, campeonatos de debate para… ¿Para qué?, vuelvo a la carga.

Bueno, podré conducir el negocio familiar o ingresar en el mejor trabajo posible, donde iré a mil por hora, laboraré 24/7, asumiré todas las ambiciones y me impondré las más altas metas, tendré mentores profesionales y especializaciones de lujo con el fin… ¿De qué?, insisto.

Ya, si todo va bien, les digo, lo que es muy probable, no tendrás problema en darles a tus hijos lo que recibiste de tus padres. Puedes estar tranquilo en ese sentido.

Claro, el tiempo que pasarás con ellos será eso que llaman de calidad y quizá no alcance para escuchar sus temores, apreciar sus logros más emocionantes, compartir intereses comunes, actividades conjuntas que no dan un diploma, soñar futuros que quizá no tengan lugar en la realidad, hacer voluntariados que apuntalen la comunidad.

Si esto fuera el objeto de nuestras reflexiones sobre el porvenir, quizá podríamos comenzar a reinventar nuestras prioridades.

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