La Municipalidad de Lima implementó un Plan de Reordenamiento del Jirón de la Unión. (Difusión)
La Municipalidad de Lima implementó un Plan de Reordenamiento del Jirón de la Unión. (Difusión)

En mi país no tenemos agua, pero sí líquido elemento. En mi país no existen bomberos, pero sí hombres de rojo. En mi país nunca sale el sol, aunque sí brilla el astro rey. En mi país nadie tiene la culpa de nada, ni se espera que las personas asuman responsabilidad por sus actos, pero siempre se va hasta las últimas consecuencias, caiga quien caiga y pese a quien le pese. En mi país nadie transgrede la ley y los individuos tienen la conciencia limpia, pero prefieren desaparecer a la hora de responder por sus conductas, aunque hayan afirmado que quien no la debe no la teme.

En mi país las medidas de excepción duran para siempre y las disposiciones transitorias se tragan el cuerpo de los reglamentos y las leyes. En mi país se ha visto todo y lo que seguimos viendo es tan viejo como sus paisajes, pero todo pasa por primera vez en la historia. En mi país todos apostamos por el Perú, pero jugamos a la lotería de visas que nos ofrecen los Estados Unidos y la casa siempre pierde. En mi país los héroes se ganaron la admiración de sus integrantes por las batallas perdidas y no por las ganadas, por sus ocasos dramáticos antes que por sus mediodías brillantes.

En mi país nos ponemos escarapelas para conmemorar el nacimiento de la república y celebramos la independencia, pero llenamos nuestras calles con nombres de antiguos opresores y no pocos traidores. En mi país muchos son parientes, prácticamente todos son amigos y absolutamente todos son hermanos de cariño, y como la lealtad está perfectamente repartida entre el conjunto, a todos les toca casi nada. En mi país jamás, siempre, de todas maneras, mañana, sí y no, significan lo que dice el diccionario, pero también lo contrario. En mi país el futuro de la patria es un saltimbanqui improvisado que hace malabares en una esquina o limpia una luna de carro con trapo sucio, en el presente. En mi país nadie hace política, pero todos quieren ser presidente, y si quieren tener éxito en el intento, no deben parecer quererlo hasta el último momento.

En mi país nadie desea de manera abierta ser millonario, vale decir, ganar dinero, pero acumularlo de manera oculta y rápidamente, a la sombra de privilegios, compadrazgos y trampas, es considerado un mal menor. Los que exhiben su ambición, planifican su puesta en práctica y la concretan con esfuerzo a la luz del día, sufren la maldición transilvana: son pulverizados.

En mi país los principios están tan anclados en las personas, como las prendas de una colección en las modelos que las presentan: son principios pret-a-porter, rotativos, pendulares, y los individuos pueden defenderlos con convincente sinceridad de manera alternativa, secuencial y, a veces, paralela.

En mi país los operadores públicos y semipúblicos en todos los ámbitos son como los malvados de Viernes 13 o Pesadilla en Elm Street: cuando más muertos parecen, más vivos están. En mi país no somos una democracia sino estamos en democracia, como se está en verano o en invierno. De la misma manera podemos estar en dictadura. En ambos casos, pues, escogemos la ropa apropiada para la estación. En mi país ponerse verde de envidia o rojo de ira, vale decir, el despliegue de emociones, tiene el mismo valor relativo para orientar la conducta, que los mencionados colores en los semáforos para determinar si se frena o acelera. En mi país los empresarios, profesionales, las élites, se quejan de la mediocridad de los políticos, pero no se convencen de que no son ni más ni menos mediocres que todo el resto de dirigentes.

En mi país de metáforas y eufemismos, lo único que late con realidad, pero sin cauce, son sus culturas profundas –no solo las autóctonas– y su comida rica.

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