Formas de evaluar

¿Por qué evaluamos lo que evaluamos cuando evaluamos a nuestros alumnos?, ¿por qué no someter al niño a una tarea como encontrar su camino en un barrio cuyas calles, si existen, no tienen nombre; o pedirle que se las ingenie para prender un fuego y luego cocinar lo que haya encontrado por ahí?, ¿o a recordar las figuritas que faltan para llenar un álbum o lograr salvarse en el juego de las escondidas?

Nada de eso se parece a lo que hacemos en el mundo laboral. Pero las cosas han cambiado. Pasar niveles en un videojuego o asumir roles en una simulación sí tienen que ver con las maneras en que se hace negocios en el sentido más amplio de la palabra, y lo que va a ser la vida cotidiana en los próximos años.

¿Acaso hacer una operación de cirugía laparoscópica, un barrido rápido de la bolsa de valores para tomar decisiones, revisar los indicadores en un panel que refleja la actividad de una línea de producción o anticipar la disposición espacial en un espacio de vivienda no están relacionados con lo que hacemos en el mundo virtual?

¿Qué pasaría si los exámenes también midieran la velocidad que toma encontrar un dato en Internet, la habilidad de encarnar un personaje virtual, la aptitud para transmitir velozmente un conjunto de informaciones pulsando teclas en un teléfono celular?

El mundo virtual es básicamente saltarín, poco comprometido, disperso, lo contrario del lector que tenemos tan arraigado en nuestra mente tributaria de Gutenberg y el ideal de cultura que nos impuso la Ilustración y la revolución industrial.

Sin dejar lo anterior, lo más probable es que debamos introducir modificaciones en las maneras en que entendemos las pruebas y la interacción entre ellas y quienes las resuelven.