Bienvenida alternativa
Bienvenida alternativa

Pregunta: “¿Cómo te fue?”.
Respuesta: “Bien”.
Pregunta: “¿Qué hiciste?”.
Respuesta: “Nada”.

Es lo que se escucha en millones de hogares cuando un padre se encuentra con su hijo al regreso del colegio. Pero es el molde de muchos otros intercambios entre personas cercanas que han estado separadas por el estudio, el trabajo u otra actividad. Los que dan la bienvenida hacen de inquisidores y asumen que hablar de lo que uno ha estado haciendo durante horas entraña algún beneficio, sobre todo si es resultado de un interrogatorio.

Muchos dirán, especialmente en el caso de un niño que regresa de clases —en la escuela o algunos de los talleres donde complementamos su formación— o de practicar un deporte, o un adolescente que retorna de una actividad social, que se trata de asegurarnos de que todo está en orden, el libreto de crecer se está cumpliendo sin contratiempos y no hay peligros en el horizonte.

Una alternativa: “Seguro ya no veías las horas de que terminaran las clases, qué lindo verte”.

La primera parte es inevitablemente cierta, la segunda debería serlo, pero juntas siempre permiten sintonizar sentimientos en lugar de centrarse en datos. Además, facilitan una transición, una pausa entre espacios diferentes, que tienen reglas distintas; refrescan y afirman el hogar como nudo de relaciones íntimas e irreemplazables.

Obviamente, más adelante, quizá, se abra un paréntesis —nunca debe ser más que eso— para compartir algunos eventos, anécdotas o reflexiones referidos a la escuela, el campo deportivo o el acontecimiento social.

La propuesta es una forma de bienvenida comprensiva, alegre, refrescante y que, al final de cuentas, alienta que quien llega sepa que puede contar con quien lo recibe, cuando sea necesario, para hablar de todo.