El arte del ocaso. (Getty Images)
El arte del ocaso. (Getty Images)

¿Es tan terrible perder vigencia? La pregunta resuena cuando pensamos en jubilación, envejecimiento, muerte, vale decir, cuando se van cumpliendo ciclos, el fin del juego, lo que en el argot deportivo se conoce como colgar los guantes y en el militar, como pasar al retiro.

Nadie puede desconocer que son experiencias que traen consigo pérdidas. Dejar de mandar, producir, estar en la mente de los demás, ya no ser más testigo de lo que ocurre, genera sufrimiento, de todas maneras nostalgia. Sin duda. Pero su evaluación objetiva debe hacerse comparándolos con las alternativas.

Por ejemplo, seguir contra viento y marea en un espacio y función más allá de lo razonable, allende plazos convenidos por contratos o pactos. Lo anterior termina en versiones de lo trágico o lo ridículo, en tiempos suplementarios esencialmente dañinos que destruyen los marcos dentro de los que nos desenvolvemos, castran a quienes nos han acompañado y deben sucedernos, y pervierten la manera en que vamos a ser recordados.

A propósito de lo que parece ocurrir en nuestra sociedad: personajes que duran demasiado, que no parecen entender que entre sus funciones está preparar a los que asumirán la posta, dejar que vayan tomando el timón, convertirse en referentes que ya no mandan pero inspiran, e incorporarse a la venerable galería de retratos que dan sentido y continuidad a una historia.
El ocaso es parte de la jornada. Puede convertirse en un espectáculo sublime.

No tiene por qué ser apocalíptico. Un liderazgo que no incluye el arte del retiro deja de ser tal y condena a magnicidios literales o simbólicos. Entender y ejercer lo anterior es una tarea pendiente en la sociedad peruana.

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