Protestas frustran desarrollo del referéndum en los distritos de Morona y Manseriche. (Foto: El Comercio)
Protestas frustran desarrollo del referéndum en los distritos de Morona y Manseriche. (Foto: El Comercio)

No sé por qué al lobo le dicen feroz si es un gran perdedor. En Los tres chanchitos y en La caperucita roja le va mal. Asusta pero no mata. Fue construido para enseñar, por contraste, que el bueno siempre triunfa. Lo curioso es que a los niños les fascina repetir el cuento a pesar de que conocen el final. Los psicólogos explican que esas repeticiones sirven para que se descifren misterios por aproximaciones. Una vez que descubren algo, a los niños les da seguridad saber que siempre ocurrirá lo mismo. En ese mundo ideal no hay imprevistos. Pero la vida no es así. Entonces, los niños necesitan de otra seguridad para explorar nuevas fronteras. Esa mayor seguridad vendrá del afecto de los padres, que son el refugio para curar las heridas de la vida real. Llegará el momento, en el tránsito de la adolescencia a la madurez, que ese afecto se sustituye por la confianza en uno mismo. Es la dialéctica del aprendizaje.

En el Perú hace 30 años que elegimos como autoridades a outsiders; esto es, a forasteros y aventureros en la política. El primero fue Belmont para alcalde de Lima, pero luego vinieron los presidentes, desde Fujimori hasta el actual. Incluso García, que fue elegido bajo la estrella del Apra, la marginó para gobernar sin partido. Como los niños, al principio, repetimos la historia deslumbrados por imágenes y promesas. Nos fue fatal, pero no lo sufrimos porque teníamos el refugio de la economía. Sirvió durante un tiempo. Ahora no hay crecimiento que aplaque la falta de empleo y la baja competitividad. Por eso recién cobra dimensión la corrupción y el desgobierno. Reaccionamos tarde, criticando a quienes nosotros mismos elegimos, cual adolescentes.

Lamentablemente, seguimos siendo un país de oportunidades perdidas. Pero no es sano acumular rabia por tanto fracaso. Lo que hay que cambiar es cómo miramos la política. Por ejemplo, el sueldo del país es la recaudación tributaria. ¿Quieres ganar más? Recauda más. ¿En qué se gasta: en alimentos, en educación, en salud, se ahorra para invertir? Eso es el presupuesto. ¿No alcanza? Ajustas o te endeudas, pero los intereses te pueden comer. Sabe a sobremesa familiar. A su modo, las juntas de vecinos replican toda la estructura del poder. Allí practicamos el gobierno de lo cotidiano. La política nacional es eso mismo, pero en grande. Más que maldecir lo qué pasó, toca ahora elegir mejor y participar en el debate y en el consenso. Es tratar los problemas nacionales como propios, porque lo son. Así esperamos ser, al fin, un país en serio.

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