(Twitter: Keiko Fujimori)
(Twitter: Keiko Fujimori)

El mismo día que Keiko Fujimori se reunió con el presidente Sagasti para supuestamente extenderle la mano democrática, militantes de su partido vandalizaron el mural y destruyeron el altar en memoria a Inti Sotelo y Bryan Pintado ubicados en el Cercado de Lima. Ya no sorprende. ¿Acaso podría ser de otra manera con un partido que se ha convertido en el principal agente desestabilizador y polarizante del país?

Ayer mismo, luego que el mural y altar amanecieran destruidos, circuló en medios que la minivan que trasladó a los vándalos que lideraron el operativo pertenecería a Lucila Olivos Portuguez, hija de Ludwin Olivos Milian, ambos militantes en Fuerza Popular, según el JNE. Este último, además, conocido agitador del grupo violentista y antiderechos denominado La Resistencia, pero comúnmente conocido como La Pestilencia.

No olviden que luego de las marchas de la semana pasada aparecieron pintas terroristas falsas que, luego, en un video melosamente editado, eran borradas por “jóvenes héroes”, quienes rápidamente fueron identificados como miembros de las filas fujimoristas. Una semana más tarde la historia se repite, pero esta vez sin producción gráfica. ¿Eso enseñan en la Escuela Naranja? ¿A sembrar terror para presentarse como los salvadores y a destruir la memoria para reescribir la historia? Todo parece el guión de una película de surrealismo absurdo. No logran ser buenos ni siendo malos.

Veo con preocupación lo que ocurre. El atentado contra el mural y el altar en memoria a Inti y Bryan es la extensión de la violencia con la que los golpistas derrotados están actuando en distintos frentes. La difamación en sus medios afines, por ejemplo, está fuera de control. Actúan como animales heridos, desbocados y dando manotazos, arrinconados luego de que intentaran tomar el poder ilegítimamente y los jóvenes los sacaran en menos de cinco días. Perú ya tuvo suficiente de esa mala hierba.