Escritores jóvenes y obras adultas

“La literatura requiere del desarrollo adulto, cuando el artista ha leído mucho y ha aprendido a leer creativamente”.

Fecha de publicación: 01/05/2025 5:26 am
Actualización 01/05/2025 – 7:00

Quien se aventure en las fantasías de El avaro encontrará goces memorables y delicados. Quien revise la fecha de su publicación descubrirá que Luis Loayza lo entregó en 1955, cuando aún no cumplía los veintidós años. A ello hay que añadir que algunos de esos relatos fueron escritos varios años antes. Sorprende, pues, la precocidad de Loayza. Sorprende también la calidad nunca disminuida de su obra narrativa y ensayística, a la que cabe añadir la epistolar; no es imposible que Loayza sea el mayor prosista peruano desde el Inca Garcilaso. Volviendo al tema de la precocidad, alguna vez Abelardo Oquendo me dijo que no había reparado en la de Loayza, porque ella no es infrecuente en la literatura peruana. Es cierto y basta recordar el caso de Jorge Eduardo Eielson, quien escribió “Canción y muerte de Rolando” a los diecinueve años. ¿A qué edad terminó Martín Adán La casa de cartón, que había empezado a los dieciséis? Y, claro, tenemos La ciudad y los perros, escrita a los veintisiete.

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George Steiner, en su ensayo “Muerte de reyes”, observa que la genialidad infantil solo aparece en tres ámbitos: la música, las matemáticas y el ajedrez. Por regla general, la literatura requiere del desarrollo adulto, cuando el artista ha leído mucho y, lo más importante, ha aprendido a leer creativamente. Cien años de soledad no se podría haber escrito en la juventud, aunque García Márquez lo intentó (con el título La casa).  

 

 

En las historias de la literatura se reconoce a Arthur Rimbaud como el paradigma de la precocidad y mucha gente lo cree incomparable, tanto por la temprana producción de El barco ebrio como por el final de su obra, en 1873 o un año después, o sea, a los diecinueve años. Pero no es el único del canon occidental. En la Antigüedad clásica debemos recordar a Lucano, ejecutado por Nerón a los veinticinco años y autor de la Farsalia, la última gran epopeya romana, el cantar de la guerra entre Julio César y Pompeyo. Y en la literatura moderna encontramos a Georg Büchner, autor de dos tragedias geniales: La muerte de Dantón, a los veintiún años, y Woyzceck, que dejó inconclusa cuando murió dos años más tarde, en 1837. Ambas obras han sido comparadas con las de Shakespeare y es imposible imaginar hasta dónde habría llegado Büchner si no lo hubiera matado el tifus. Yo tuve el privilegio de conocer ese desesperado y sublime teatro gracias a la docencia de Fernando Samaniego.

 

 

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