(Getty/Referencial)
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En Lima, los días empiezan con la noticia de al menos dos violaciones y un feminicidio. La única forma de no saberlo es obviar los noticieros.

Las explicaciones pueden ser varias, como un deterioro de la salud mental de los hombres, que, debido al estrés de tener que competir ahora con las mujeres en el ámbito laboral, descargan su ira contra ellas. Otra interpretación es que siempre ha existido esa violencia, solo que no se veía: muchos de los hechos se daban en zonas alejadas y los medios de comunicación eran menos o parte importante de esa población vive ahora en zonas urbanas, más visibles.

Se ha reclamado medidas que incluyen la pena de muerte, sabiendo que, más allá de un anuncio aparentemente justiciero, no hace más que aumentar el riesgo de asesinato después de la violación para no ser reconocido.

Por otro lado, es difícil imaginar a aquel hombre que asesinó a su pareja e hijos, apuñalándolos, evaluando fríamente no hacerlo porque podría recibir la pena de muerte.

Se tiene que trabajar en medidas de prevención, solidaridad ciudadana para protección mutua, sensibilización y exigencias a la Policía, y detección de riesgos y educación desde la escuela o incluso antes; porque para eso también existen la radio y la televisión y se puede trabajar contenido para niños, no solo dar las noticias cuando es demasiado tarde.

Pero, cuando sea demasiado tarde, se debe tener la capacidad de respuesta ante la primera señal de riesgo: organizaciones que brinden protección y cobijo.

Los S/300 siempre son una ayuda, pero debemos apuntar a que nunca se necesiten. Esa debe ser la verdadera meta.


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