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Redacción PERÚ21

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Guillermo Giacosa,Opina.21ggiacosa@peru21.com

Quizá el hecho más conflictivo sea no disponer de tiempo para compartir con quienes amamos. Esta separación del otro es la que con mayor intensidad preanuncia la soledad final. Mencionaré algunas realidades que desaparecieron o se achicaron. Tener vecinos. Vivo en un condominio rodeado de más de mil personas y no conozco a nadie. El médico de familia: aquel que con su sola presencia calmaba ansiedades y tenía ventaja sobre cualquier otro profesional porque conocía el entorno de cada uno de sus pacientes. El policía del barrio: respetado y un referente en cualquier litigio vecinal. El 'sectorista' del banco: aquel que se ocupaba de nuestras cuentas, que nos prevenía, que nos escuchaba; en suma, el rostro humano que identificaba a la entidad y aseguraba nuestra fidelidad. Aquel que garantizaba nuestra trayectoria y contribuía a sacarnos de un apuro. El bodeguero: que operaba como cinta transmisora de los sucesos del barrio y solía ser un improvisado psicoanalista que escuchaba a quien no gozaba de ese privilegio en su propia casa. El peluquero: una vez al mes para repasar el calendario futbolístico de esos 30 días y que sin masajes o cremas especiales nos daba la breve sensación de haber pasado por una fiesta. Y, finalmente, en esta lista incompleta, el café donde aguardaban los amigos. Un referente que nos predisponía al relato de las cuitas cotidianas y donde todo mal era devorado por esa sensación de cazadores esperando el alba. Todo es comunicación, sin cursos ni especialistas. Hoy, multiplicados los medios, han desaparecido los actores.