Sobre el equívoco juicio moral
Sobre el equívoco juicio moral

Resulta llamativo que en la cuna de la democracia se iniciara un juicio moral contra un candidato al Tribunal Supremo.

No estoy de acuerdo. Y me explicaré. Primero, ¿de qué moral estamos hablando?

Hablemos, sí, de la vigencia del principio de seguridad jurídica. Equivale a la previsibilidad de la respuesta legal. Supone la certeza de que situaciones iguales recibirán respuestas iguales. Y significa algo más: que la acción vindicativa de la sociedad, el legítimo derecho de obtener la reparación por el daño causado, tiene límites. Si no hubo denuncia o notitia criminis en su momento, no hay más remedio –transcurrido el tiempo que marca la ley– que dar carpetazo. La sociedad no puede estar expuesta a que, transcurridas décadas, alguien denuncie hechos viejos. Claro que se habla de un aspirante a pertenecer de forma vitalicia al Tribunal Supremo. ¿Eso autoriza al cambio de las reglas democráticas? ¿Acaso los hombres y mujeres que aspiren a ocupar ese puesto deben ser sometidos al escrutinio de su vida entera? ¿Bajo qué criterio? Todo es discutible. Pero si algo no aplica, es el juicio moral. Buscamos un buen juez. Un ser humano capaz de someterse –al tiempo de aplicarla– al mandato de la norma por encima de sus prejuicios y convicciones personales. Ni unos ni otras interesan. Ni siquiera interesan sus convicciones morales, patrimonio del alma. Interesa la trayectoria profesional. La capacidad de aplicar la ley razonada y razonablemente. Este es el único criterio que vale para cuestionar la solvencia de una persona que aspire a “dar a cada uno lo suyo”.

Sé que mi teoría puede resultar políticamente incorrecta. Hay veces que vale la pena, en nombre del imperativo legal y el Estado de derecho, asumir estos riesgos.

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