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La Navidad es una hermosa tradición, pero, con sinceridad, ¿no les alegra pensar que falta todo un año para la siguiente?

Entre el trabajo, las actividades extracurriculares (como voluntariados), compras con presupuesto limitado que obliga a comparar precios; el no tener idea de que hay unos muñecos tan feos como costosos que se llaman Casimeritos (¡cómo extrañé al Cicciobello!); confundir audífonos con parlantes; eliminar los libros de la lista de regalos y que, al recibir el regalo que pensabas que alguien necesitaba, te dijeran “¿y mi sombrero?”... la cosa estuvo intensa. Pero entiendo que los pavos y chanchos la deben haber pasado peor...

En mi oficina se organizó una actividad contra la que vengo escribiendo los últimos ocho años: la chocolatada navideña que dura, pues, lo que las mamás, niños y organizadores soporten. Por cuestión de principios, todavía no me convencen, pero las tres horas de felicidad de 420 niños también valen la pena. Nuestro reto ahora es que esos niños de Ticlio Chico tengan mejores resultados en el censo.

Y, para eso, no bastan tres horas de cantos y regalos. Intentaremos usar el material de videojuegos de Fundación Telefónica desarrollado a partir de un programa financiado por Aporta y ejecutado por un grupo extraordinario liderado por Díaz, Lerner y Trahtemberg. Gracias a todos ellos.

Ahora, necesito voluntarios: solo hace falta saber que alguien nos necesita; que podemos ayudar; que siempre podemos darnos un tiempito para conocer lo que casi nunca queremos ver: que somos privilegiados y que nos toca dar algo a cambio. Dicen que por allí empieza una nueva filosofía empresarial. ¡Enhorabuena!

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