(GEC)
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Cualquier medida para frenar el avance del virus tendrá costos inevitables. Si no se hubiese dictado una cuarentena, es cierto que los negocios habrían mantenido la posibilidad de seguir generando ingresos, evitando así la ruptura de la famosa cadena de pago. Pero es más probable, también, que la exposición al contacto diario y constante por el trabajo aumentaría incluso más los contagios. Con los confinamientos y restricciones rígidas, como las que se han impuesto en distintas regiones, sin duda se podrán evitar muertes, pero lo que esto implicará para los negocios y empleo es innegable también. Inevitablemente estamos ante un escenario donde solo se puede elegir entre lo “malo” y lo “menos malo”.

En ese contexto, lo menos malo es lo que ha decidido hacer el gobierno: poner la vida y la salud sobre la economía. ¿Se imaginan lo que hubiese pasado en la primera ola sin cuarentena? Es positivo que se busque corregir los errores del primer confinamiento y que rápidamente se haya activado un bono económico para quien lo necesite. Sin él, el confinamiento sería un saludo a la bandera: son demasiadas familias las que no pueden darse el lujo de no generar los recursos que los mantienen día a día.

Las críticas a la decisión del gobierno son entendibles si se ve el problema únicamente desde los lentes de la economía del corto plazo, pero el gobierno debe ver el bosque completo. En países europeos, por ejemplo, donde la vacuna está en pleno proceso de implementación, como Francia, tienen toque de queda nacional. Otros como Alemania, Italia y Reino Unido mantienen medidas extremas. Ciertas autonomías de España también han endurecido restricciones. No es que el Perú esté actuando exageradamente, sino que está privilegiando los indicadores sanitarios.

Ayer escribí que la pasividad del gobierno preocupaba. Hoy saludo que decidiera liderar y asumir los pasivos que eso significa.