(Foto: TC)
(Foto: TC)

El Tribunal Constitucional emitió su esperada sentencia sobre la vacancia presidencial. Lejos de cumplir con la expectativa, los magistrados Blume, Ferrero, Miranda y Sardón nos dejan igual que antes de la controversia: sin una definición sobre la causal que se viene usando para defenestrar presidentes, generando crisis. En vez de ocuparse de ello, salieron con una respuesta formalista muy mal fundamentada. Una lavada de manos.

Estamos ante una defección histórica de su misión institucional. Como supremo intérprete, el TC estaba llamado a “concretizar” la Constitución y dar una interpretación adecuada a los tiempos. Debía ser la salida institucional para componer el conflicto y evitar que se repitiera (rol pacificador). Tenía que moderar al poder para que la política no se desborde y produzca los excesos que la historia enseña (rol ordenador). Con este no-pronunciamiento, el TC más bien deja una bomba que podemos sufrir en futuros gobiernos.

La traición a su función se entiende mejor si visitamos su partida de nacimiento en la Constituyente del 78-79. El debate era si el Perú debía tener un TC. Históricamente, el Poder Judicial no había cumplido un papel importante de defensa de la Constitución. Una cultura judicial formalista, deferente del poder y conservadora se lo habían impedido. Valle Riestra recordó que cuando ocurrió el golpe de Benavides a Billinghurst, los supremos se reunieron para emitir un pronunciamiento de condena. Pero, al final, “el más antiguo, que había permanecido silencioso, dice ‘Señor Presidente: Todo esto está muy bien, ¿quién nos paga la próxima quincena?’”, neutralizando la reacción. Valle Riestra concluyó: “Queremos gentes que en la alternativa de escoger entre la quincena y la historia, escojan la historia”.

Parafraseándolo, hay que lamentar que en la alternativa de escoger entre el silencio y la historia, la mayoría del TC eligiera el silencio.

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