Urresti, otro Odría. (Foto: GEC)
Urresti, otro Odría. (Foto: GEC)

La izquierda local, que ha dominado la agenda académica, siempre ha minimizado al expresidente Manuel Odría (1948-56) y le ha pintado como el típico dictador impopular y sanguinario de derechas, como un simple “mastín de la oligarquía” (con la colaboración de Vargas Llosa. Incluso los democristianos –los caviares de la época– le inventaron la patraña discriminatoria de que su segundo nombre era Apolonio cuando era Arturo). Cierto es que Odría fue un tirano cachacote, pero también fue un fenómeno político muy peruano, que en estos días me parece que se está encarnando en Urresti. Tienen el mismo perfil: criollos y toscos, con una oratoria de mano dura (“La democracia no se come”), antiapristas, resultadistas inmediatos (“Hechos y no palabras”. “Salud, educación y trabajo”) y populistas (“Ya llegó el general Odría, el general de la alegría”). No por nada Odría quedó en un robusto tercer lugar nacional y ganó en Lima en dos elecciones presidenciales sucesivas (1962 y 1963), controló una bancada considerable y fue enterrado en un funeral muy concurrido, al que nada menos acudió el entonces dictador de izquierda Velasco (1974). También fue un notable gestor estatal, pues la educación pública alcanzó su apogeo bajo su mandato (las Grandes Unidades Escolares que erigió tuvieron un excelente nivel académico), así como la salud pública (el magnífico hospital Rebagliati, entre otros muchos). Asimismo, dejó una abundante obra pública y tuvo mucho sentido social: estableció el reparto obligatorio a los empleados (10% de las utilidades), el seguro social obligatorio, las indemnizaciones por accidente obligatorias, las dos gratificaciones y el voto femenino, además que creó el Min. de Trabajo (1949).

Moraleja: cuidado con los Urrestis y Odrías. ¡No subestimarles electoralmente!

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