La pena de muerte ha generado posiciones a favor y en contra entre los políticos. (Getty images)
La pena de muerte ha generado posiciones a favor y en contra entre los políticos. (Getty images)

Parte de esto lo escribí hace 10 años para la revista Etiqueta Negra en un debate sobre la pena de muerte. No le haría cambios:

“Apruebo la pena de muerte porque creo en el castigo por la justicia que este implica per se y no porque tenga que variar comportamientos. Admito la pena de muerte en público porque no temo que se me caricaturice como ‘mortícola bushista’, ‘neandertal conservaduro’ o ‘fascistón latino’, en típica falacia ad hominem. Estoy a favor de ella porque es posible salvar siete vidas inocentes por cada criminal ejecutado: Isaac Ehrlich (Universidad de Buffalo) probó que, ante la posibilidad de ese castigo, otros delincuentes evitan cometer asesinatos. Así, la pena de muerte es disuasiva, intimida a los criminales (lo sostienen el Premio Nobel de Economía Gary Becker y el profesor Gordon Tullock, Universidad de George Mason). La admito por eso –la ciencia me respalda–, pero sobre todo por un contrato social básico: uno pierde su derecho elemental a la vida propia cuando incumple su deber humano elemental de respetar la existencia ajena. Estoy de acuerdo con la pena de muerte para todos aquellos (violadores de niños, homicidas, terroristas, cabecillas del narcotráfico y secuestradores) que atacan con violencia atroz los valores que más debemos proteger en la sociedad (…). Acepto la pena de muerte porque no creo que ese tipo de personajes sean ‘redimibles’ (…) Voto por la pena de muerte porque creo en la democracia y en lo que quiere la mayoría (…). Creo en la pena de muerte porque amo la vida humana(…). ‘Mostramos nuestro respeto a esta (la vida) por la adopción de una norma que establece que aquel que viola ese derecho de otro pierde ese derecho para sí mismo’ (J. S. Mill). Y estoy a favor de la pena de muerte en un sentido laico…”.