(AFP)
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Confieso que no puedo menos que sentir satisfacción con la inminente entrada en prisión de Lula, ese alucinado megalómano rojimio que quiso sujetar políticamente a Latinoamérica bajo el dominio brasileño, a base de exportar corrupción e ideología. Ese fulano se inmiscuyó groseramente en la política interna de nuestro país, financiando y asesorando con sus expertos (Favre, Santana) al ‘nacionalista’ Humala, que aceptó plata venezolana y brasileña sin chistar. Lula pretendía que Humala le compre armamento (aviones Tucanos y otros), le suministre energía (megahidroeléctricas de Iñambari, Sumabeni, Paquitzapango, Urubamba, Vizcatan y Chuquipampa), le entregue obras colosales a sus constructoras (Gasoducto Sur, Metro de Lima) y se le alinee diplomáticamente (Unasur en lugar de OEA). Ignoro por qué Humala no cumplió con su parte del trato y se alejó de los brasileños al poco tiempo de asumir. Incluso, los tentáculos brasileños también llegaron a la Alcaldía de Lima. Y en lo personal, perdí un trabajo muy querido por estos corruptos brasileños. No me pidan que no me alegre ver esta caída del ídolo de los rojos locales. Dios me dejó ver primero la caída de las constructoras brasileñas. Luego la de Lula. Espero sigan algunos más. Muchos se burlaron, pero tuve la razón al final. Y a mí NO me compraron, como a tantos otros.

No vimos ayer a Mónica Sánchez, Gustavo Bueno o Christian Thorsen acudir a la allanada casa de Susana Villarán para mostrar su público respaldo moral a aquella alcaldesa que tanto patrocinaron otrora. En las buenas y en las malas se muestra si uno es gente. Mónica Sánchez debió llorar o lavar una bandera, mientras que sus otros dos colegas profesionales e ideológicos debieron cruzar sus brazos y gritar “No”… al allanamiento. ¡Jua, jua!