Aquí nunca gustó el diálogo. (Archivo El Comercio)
Aquí nunca gustó el diálogo. (Archivo El Comercio)

El Perú jamás ha sido un país dialogante. Incluso su mejor éxito político fue la hasta ahora despectivamente llamada “la Convivencia”, una excelente negociación política entre los otrora archienemigos Manuel Prado y Haya de la Torre en 1956 para que el segundo endose sus votos a quien alguna vez le persiguió en su primer gobierno (1939-45), a cambio de una transición suave de la dictadura odriista a una democracia plena y la legalización del Apra. Por donde se le vea, fue un pacto político brillante, con ambos lados cediendo frente al adversario y en donde el país salió ganando. Pero esta muestra de civilización ha sido satanizada por décadas, desde los fanáticos termocéfalos que abandonaron indignados al partido hasta nuestra intelectualidad roja, esa propietaria de cómo escribir nuestra historia, que se ha dedicado a crear el “sentido común” de que este cuerdo acuerdo fue una vergüenza claudicante para el Apra ante “la oligarquía”. ¡Así de imbéciles y sectarios podemos ser! Llegué a conocer a Haya y en una reunión le preguntaron por qué había pactado con su archienemigo Odría. Nos recordó que Odría había ganado Lima, con casi un tercio de los votos nacionales en las elecciones de 1962 y que él también había intentado negociar entonces con Belaunde, lo que se frustró por la juvenil soberbia del arquitecto. “Si no hablas con el político que controla un tercio de los votos… ¿Entonces con quién hablas?”, nos respondió Haya, más o menos de lo que me acuerdo. Incluso Odría le ofreció sus votos parlamentarios a Belaunde, a cambio de que le haga mariscal (por la guerra con Ecuador) y embajador perpetuo en España. Belaunde se resistió y apostó a un golpe militar, que incluso apoyó nuestra prensa. Hoy se elogia ese cuartelazo y se desprecia a “la Convivencia”. Así de salvajes somos.