Las lluvias, lo repito por enésima vez son el activo más valioso que nos brinda nuestro clima. Obviamente, de su buen y oportuno desempeño dependerá la vida y la economía. Sin que el ciclo del agua se configure y funcione debidamente, lo que tenemos son problemas.
En el clima peruano, hemos encontrado una significativa correlación entre la temperatura del mar y nuestras lluvias en verano. Por muchos es conocido, que cuando el mar se calienta fuertemente en nuestras costas y alcanzamos el status de Niño costero, lo que corresponde es un exceso de lluvias en los valles de la costa y en las ciudades del norte. Asimismo, si el centro del océano Pacífico se enfría y alcanzamos el status de La Niña global, lo que corresponde es que llueva en exceso en la sierra sur y central.
Al cierre de esta columna, hay consenso de que los vientos, que son la manifestación de la circulación global del aire; aunados a la temperatura del mar que estamos observando en la parte central del océano Pacífico, corresponden a lo que esperamos suceda en La Niña. Hoy tenemos una Niña global de magnitud débil.
No llega, sin embargo a catalogarse como Niña costera. Esto, a pesar de que estamos observando temperaturas en muchas de nuestras playas, por debajo e inclusive muy por debajo de sus valores normales. Sucede que frente a la costa norte, donde se certifican los eventos costeros, las temperaturas son casi normales.
Ahora bien. Siempre nos dijeron que un Niño o una Niña fuertes tendrán impactos igualmente fuertes. Lo opuesto también es válido y quizá explique por qué, no obstante tener una Niña global entre manos, las lluvias no están siendo lo contundentes que quisiéramos, particularmente en los valles costeros que nacen de la sierra sur y central.
Una mejora en la circulación del aire, de cara a mejores y más abundantes precipitaciones se aprecia en los modelos de tiempo hacia la última semana de enero. De hecho, no es extraño, aun en años abundantes, que enero venga flojo.
Hay un viejo refrán entre los agricultores que dice a la letra “enero poco, febrero loco, marzo y abril aguas mil o todas entran en un barril”. El refrán aduce a que un flojo enero es sucedido por un abundante febrero. De ahí en más, las lluvias de marzo e inicios de abril o siguen el ímpetu de febrero o remiten.
Los modelos climáticos persisten – de hecho, son la herramienta disponible para discernir las condiciones futuras – en que febrero y marzo serán meses cuyo régimen de lluvias estaría próximo a lo habitual.
Esperemos que ese sea el caso. Los caudales están en el suelo en varios valles costeros ahora que el calor aprieta y el Lago Titicaca, aún más bajo que el bajísimo 2024 para estos días.