Cuando entramos a las catedrales no se ve el altar mayor, interrumpe la vista el coro. El pueblo se situaba detrás, sin ver la misa ni oírla, o sin comprender lo poco que oía, porque era en latín. Esa era la Iglesia hasta hace poco, de espaldas al pueblo y sin ser entendida. ¿Cómo llegó a dominar el mundo? Porque crearon un inmenso mercado de creyentes, la tercera parte de la población mundial, catequizados con dogmas imposibles de entender, como que Dios es uno y tres a la vez, y tantos más, pero internalizados con maestría inigualable. Están resumidos en el credo, que debía ser repetido hasta convencerte por las buenas o por los miedos. Pero la ideología sola no explica los imperios.
Al inicio la Iglesia sobrevivió a persecuciones, se hizo fuerte en las catacumbas y prosperó por el mensaje humano de sus evangelios. Por entonces el imperio estaba dividido, Majencio en Oriente y Constantino en Occidente. Buscando alianzas, Constantino devolvió a la Iglesia los bienes embargados (311) y para reclutar a los cristianos contó aquella revelación divina de que con el símbolo de la cruz podía ganar y ganó la batalla del Puente de Milvio (312). En gratitud, favoreció a la Iglesia (313) hasta que años después se convirtió en la religión oficial (380). Sin embargo, el crecimiento político de la Iglesia se produce con el Edicto de la Donación, en el que Constantino reconoce al papa Silvestre como soberano de Roma y le cede gran parte de los territorios de Occidente. No obstante, ese edicto era falso, fue inventado cuatrocientos años después (750) para que el papa Esteban II tuviese un título legal sobre sus territorios. Ese fue el origen de los Estados Pontificios. El fraude lo descubre Lorenzo de Valla cuando denunció incoherencias históricas en el documento (1440). Pero la Iglesia ya tenía dominio sobre sus territorios. Luego los iría perdiendo militarmente, hasta quedar reducida a la Ciudad del Vaticano (1929).
La plata llegaría al mismo tiempo. En esa temprana Edad Media no había capacidad técnica ni interés en determinar el origen de las reliquias, así que cualquier hueso era atribuido a un apóstol y cualquier madera era de la cruz del Señor. Esas reliquias aseguraban el peregrinaje hacia las iglesias de custodia y fortalecían los mercados locales. El más próspero fue el de Santiago. El relato dice que el apóstol evangelizó el norte de España, que murió en Jerusalén, que dos discípulos llevaron el cadáver, cruzando el mediterráneo y rodeando la península ibérica, para enterrarlo en Compostela, y que un ermitaño descubrió las tumbas (820). Se levantaría una catedral sobre ella como centro del peregrinaje, la meta del Camino a Santiago. Pero faltaba lo mejor. En la batalla de Clavijo (844) contra el ejército musulmán, el rey Ramiro I de Asturias contó con la ayuda de Santiago, que bajó de los cielos en un caballo blanco a matar moros para ganar la batalla. La victoria liberaba a los reinos cristianos de los impuestos que debían pagar al emirato de Córdova y los trasladaron como “diezmo” a la Iglesia hasta que las Cortes de Cádiz lo abolieron (1812). La batalla de Clavijo no existió, Santiago no fue el matamoros, pero la Iglesia recaudó mucho dinero.
La potencia política y económica de la Iglesia nació del fraude. Agregue los escándalos por abusos sexuales y la corrupción en el manejo de su fortuna (Banco Vaticano). Si solo fuese eso, la Iglesia estaría condenada a desaparecer. Lo que ha ocurrido es que, paralelamente, la Iglesia ha estado presente aliviando sufrimiento: en las guerras, en las catástrofes ambientales, en las hambrunas, en los campamentos de refugiados, en las cárceles. Aquí en Perú, la Iglesia fue el canal más eficiente para llevar alimentos durante las crisis humanitarias por el terrorismo y la hiperinflación. Esa Iglesia no ha necesitado inventar historias, las ha construido con sacrificio y entrega. Dos mil años después, la autoridad de la Iglesia no viene del evangelio, sino del ejemplo que pueda dar. Ojalá sea esta Iglesia la que elija al nuevo papa. Epílogo: “Creo en vos, arquitecto, ingeniero, artesano, carpintero, albañil y armador. Creo en vos, constructor del pensamiento, de la música y el viento, de la paz y del amor” (Carlos Mejía, misa campesina).