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Redacción PERÚ21

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Enrique Castillo,Opina.21ecastillo@peru21.com

Una supuesta alta aprobación puede hacer que un presidente se sienta con derecho a hacer o no hacer lo que le venga en gana, sin dar cuenta a nadie de sus actos o de sus omisiones; y decida, por sí y ante sí, no hablar ni explicar nada sobre los temas de interés; ni dar respuesta a las principales interrogantes que le formulan los periodistas.

Una supuesta alta aprobación puede hacer que quienes gobiernan se sientan con derecho a alterar la institucionalidad; a imponer y convertir en hábitos sus demostraciones de poder; a utilizar a los funcionarios, los actos públicos, y los recursos del Estado para promover su imagen e ir dando forma a sus proyectos futuros

Y a generar incertidumbre o jugar con decisiones que podrían alterar la estabilidad política y hasta económica del país.

Una supuesta alta aprobación puede hacer que un político, o quien detenta el poder en los hechos y lo utiliza en beneficio de su proyecto personal, sienta que ha llegado su momento –aunque las reglas y las normas se lo impidan– de mantenerse y prolongar su permanencia en el poder.

Una supuesta alta aprobación, marea, confunde, obnubila, ensoberbece; aleja la razón de la realidad, los pies de la tierra, y a las personas de sus verdaderos amigos, dejándolos a merced de los ayayeros y oportunistas.

El problema es que la supuesta alta aprobación que obtiene un político en las encuestas algún día se acaba, el poder se termina y la ilusión se aleja, junto con los ayayeros y los oportunistas.

Si no nos creen, pregúntenle a un alcalde que tenía 84% de aprobación al terminar su gestión municipal, que quiso ser presidente de la República y que terminó tratando de vacar a su sucesora en el cargo para recobrar algo de poder. Hay lecciones que enseñan… a los que quieren aprender.