Enanos e insignificantes
Enanos e insignificantes

Los resultados electorales vienen siendo malinterpretados. Se exagera cuando se dice que hubo ganadores y grandes sorpresas. También cuando se afirma que desconocemos cuáles son las demandas políticas de la gente. La prensa y algunos analistas deberían ir más despacio. Mientras se asientan los datos, se evidencia que muchas opiniones han respondido a espejismos.

Para comenzar se debe diferenciar los votos válidos de los emitidos. Entonces se notará que Acción Popular “ganó” con solo el 8% aproximado de votos. A su vez, Somos Perú, el noveno y último de la cola, alcanzó alrededor del 5%. Bien visto, el nuevo Congreso resulta de un empate entre los sobrevivientes de la displicencia popular. Disuelta la fantasía de que habían grandes actores en la escena nacional, nos hemos quedado con los enanitos de siempre.

Esto no es nuevo. En las elecciones regionales y municipales suele suceder algo semejante, se observa una gran dispersión de fuerzas políticas en el panorama nacional y en cada localidad triunfan minorías que apenas resisten las inmediatas iniciativas de revocatoria. A su vez, la recurrencia al mal menor, en todos los niveles, da cuenta de la imparable degradación de la oferta política a lo largo de las últimas décadas. No es casual, pues, que los actuales procesos judiciales contra políticos y expresidentes sean tan celebrados por la gente.

Es desde este hartazgo que puede comprenderse la elección de los enanitos de turno. Gracias a diversos estudios se sabe que la ciudadanía no se siente escuchada ni atendida hace mucho tiempo. Demanda orden y autoridad, no necesariamente dictadura. Esperaría que se acabe con la corrupción de los de arriba (con los de abajo es más laxa). Por último, tiene pocas esperanzas de que el Estado resuelva la mediocridad de los principales servicios públicos, especialmente en salud, educación, seguridad y justicia.

Así, el desaire de los gobernantes viene siendo respondido por los gobernados con una profunda desafección, tal como lo describe Hernán Chaparro en su imprescindible libro sobre las subculturas políticas en Lima. La nuestra es una ciudadanía voluntariamente distante y desinformada de los asuntos públicos. Cuando conecta, lo hace desde la resignación, la rabia o la desconfianza.

Por eso, una semana antes del sufragio, la mitad de los electores estaba en blanco. Ya se sabía que el resultado final sería fruto de un sorteo. Incluso 24 horas antes, la última encuesta de Ipsos todavía contaba a un 27% de indecisos. Una buena parte del electorado se decidió entre el desayuno y la cola, como en ocasiones anteriores. Eso también está bien estudiado. Los “ganadores”, entonces, pasaron rozando la valla ya sea por: i) llevar marcas neutras, ii) contar con un persistente trabajo de base, o iii) llevar en sus listas a personas con cierto arrastre colectivo.

La novedad, entonces, tiene que ver menos con la emergencia de una u otra minoría entre las minorías elegidas. En este escenario todos son anecdóticos hasta que se demuestre lo contrario. La verdadera sorpresa de estas elecciones nacionales está en el carácter descarnado de sus resultados. Pero no se quiere ver. Ni destacar. Nunca antes el electorado había desnudado a toda la clase política evidenciando sus pequeñeces y limitaciones.

Antes que tuitear como si le hubieran ganado a alguien, los nuevos congresistas deben actuar como si hubieran entendido que la ciudadanía no quiere obstrucciones, polarizaciones ni arrogancias de ningún tipo. Quiere soluciones, vengan de dónde vengan. Pregúntenle sino a Fuerza Popular, Contigo, Apra y Solidaridad Nacional.

Las organizaciones políticas que actúen con los pies en la tierra estarán mejor posicionadas para construir, desde cero, una representación auspiciosa en el largo plazo. Para eso deberán aprender a escuchar. Tejer alianzas. Responder programáticamente a las demandas populares, doblegando al desinterés dominante. Aunque no es difícil imaginar que los necios seguirán en su juego sectario, hundiéndose en la impopularidad, convocando más desgracias y nuevas violencias.

Estamos, pues, en una coyuntura crítica que bien podría provocar renovaciones políticas tanto tiempo esperadas o indeseables despeñaderos masivos. Veremos.


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