Aunque todavía no hay alianzas electorales definidas ni candidatos inscritos, la convocatoria oficial a las elecciones generales de abril de 2026 ha sido, en la práctica, el banderazo de la carrera electoral que decidirá al próximo presidente de la República.
Los analistas coinciden en que el adelanto de la presidenta Boluarte —tenía plazo para hacerlo hasta el 12 de abril— responde a una estrategia para desviar el foco de la atención hacia los partidos y descomprimir la presión que acorrala a su gobierno. Es decir, el estrepitoso fracaso gubernamental en lo que representa el principal problema que actualmente agobia a los peruanos: la inseguridad ciudadana. La propia mandataria, en su mensaje a la Nación, reconoció que esperaba que la convocatoria abriera “un escenario de distensión”.
Así, desde ayer, los reflectores se redireccionaron, en efecto, al cronograma electoral que está a punto de aprobarse en el Jurado Nacional de Elecciones. Y, a raíz de este anuncio, se activaron sendos plazos y significativas restricciones. Por ejemplo, en cuanto a publicidad estatal y neutralidad de funcionarios, que —como se sabe— suele ser materia de abusos en detrimento de quienes no ostentan posiciones de poder en el Estado.
Uno de los cortes más llamativos, mencionado por el presidente del JNE, fue que solo participarán los partidos que hasta ayer tenían registro, es decir, 41. En cola se quedarían cinco que estaban a un paso de sumarse a la carrera, entre ellos tres grupos procastillistas, que como se estila decir en la verba popular, “ya fueron”.
Empezaron, asimismo, los codazos y las zancadillas entre potenciales adversarios, competidores directos o simplemente enemigos jurados para sacar de carrera —a la mala— a alguna de estas organizaciones, como es el caso de las denuncias presentadas en la Fiscalía contra los partidos País para Todos, que cobija a Carlos Álvarez, y Fuerza Popular, cuya lideresa es Keiko Fujimori.
En estos casos, toca a la Fiscalía actuar con rectitud y prudencia, analizando, sobre todo, los intereses ocultos detrás de cada maniobra. Comicios tan complejos, tan particulares como los que se vienen deben ser inobjetables y transparentes al máximo.
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