(Renzo Salazar / @photo.gec)
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Una vez más el país se ve empujado hacia los desfiladeros de la ingobernabilidad, el caos y el ridículo ante los círculos políticos y financieros internacionales, tras una segunda, y esta vez exitosa, intentona del Congreso por vacar al presidente de la República, Martín Vizcarra.

La medida, aprobada anoche en el hemiciclo y acatada ya por el ahora exmandatario, es de una irresponsabilidad histórica mayúscula, pues la turba de congresistas que apoyó la moción antepuso ambiciones personales, cortoplacistas, a la grave realidad del país y el futuro de sus ciudadanos. Nada significó para ellos la emergencia sanitaria y económica en la que nos encontramos, ni las ya próximas elecciones presidenciales, que –conocidos los apetitos de ciertas bancadas– quién sabe ahora si finalmente se realicen en abril.

Las acusaciones, declaraciones y presunciones de los aspirantes a colaboradores eficaces contra Vizcarra eran válidas para iniciar procesos de investigación, ciertamente, pero se debían desarrollar y profundizar cuando el mandatario dejara el cargo. No en una coyuntura tan terrible para el Perú.

La figura de la vacancia presidencial, en manos de quienes ni siquiera en la práctica legislativa cotidiana han logrado demostrar capacidad para proponer o elaborar leyes coherentes con su supuesta voluntad de favorecer a las mayorías, se sigue blandiendo como un juguete político terminal. Y aprovechando que Vizcarra carecía de representación partidaria en el Congreso, las fuerzas antisistema, con la complacencia de quienes no se molestan en disimular sus sueños presidenciales, convirtieron el tema en un caballito –o caballazo– de batalla que comenzaron a agitar a poco de instalarse en su curul.

El Estado queda así sumido en una parálisis total, en uno de los trances más difíciles de nuestra historia republicana: como todas las autoridades tendrán que dejar sus cargos, la designación de nuevos ministros y funcionarios, la organización de equipos de trabajo que reemplacen a los actuales, el diseño o aprobación de estrategias desde cero, y un sinfín de movidas similares, tomará un tiempo precioso que el Perú no podía darse el lujo de perder en estos momentos.

Gracias a este Congreso, que nos ha dejado nuevamente en la oscuridad, nos precipitamos como país hacia una espiral autodestructiva que solo añade más incertidumbre a la grave situación en que ya nos encontrábamos.

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